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10 May 2008 | madrid
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Darse de bruces con algo o alguien.

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Darse de bruces con algo o alguien.
El prop�sito de los "Seis Sombreros para Pensar" es desembrollar el pensamiento, de modo que el pensador pueda usar un modo de pensar despu�s del otro - en lugar de hacer todo al mismo tiempo o intentar hacerlo. El mayor valor de los sombreros es que brindan una formalidad y una convenci�n para requerir cierto tipo de pensamiento tanto de nosotros mismos como de los dem�s. Fija las reglas de juego del pensamiento. Cualquiera que lo juegue va a conocer estas reglas.Cuanto m�s se utilicen los sombreros, m�s se integrar�n a la cultura del pensamiento. Todos los miembros de una organizaci�n deber�an aprender este lenguaje b�sico de modo que se pueda incorporar a la cultura. La moral de selecci�n y la moral de domesticaci�n apelan, para imponerse, a id�nticos medios; cabe enunciar como axioma capital que para establecer la moral hay que tener la voluntad incondicional de practicar lo contrario de la moral. Tal es"el grande y desconcertante problema que he estudiado con m�s ah�nco: la sicolog�a de los "mejoradores" de la humanidad. Un hecho peque�o, y en definitiva, subalterno, el de la llamada pia fraus, me facilit� el primer acceso a este problema: la pia fraus, el patrimonio de todos los fil�sofos y sacerdotes que "mejoraron" a la humanidad. Ni Man� ni Plat�n, Confucio ni los predicadores jud�os y cristianos han dudado jam�s de su derecho de recurrir a la mentira. �No han dudado, en suma, de ning�n derecho!... Resumiendo, cabe decir que todos los medios de que se ha hecho uso para moralizar a la humanidad han sido en el fondo medios inmorales. Quiz� conozca yo a los alemanes; quiz� hasta tenga derecho a decirles cuatro verdades. La nueva Alemania representa una gran cantidad de capacidad ing�nita y desarrollada; as� que por un tiempo le es dable gastar, y aun derrochar, el caudal acumulado de fuerza. No ha llegado a prevalecer, con ella, una cultura elevada, y menos un gusto exquisito, una "belleza" aristocr�tica de los instintos; s�, virtudes m�s viriles que en ning�n otro pa�s de Europa. Hay mucha gallard�a y orgullo, mucho aplomo en el trato, en la reciprocidad de los deberes, mucha laboriosidad, mucha perseverancia; y una moderaci�n ing�nita que necesita, antes que del freno, del aguij�n. Por lo dem�s, en Alemania se obedece todav�a, sin que la obediencia implique una humillaci�n... Y nadie desprecia a su adversario... Como se ve, mi deseo es hacer justicia a los alemanes; no quiero apartarme en este punto de mi norma de siempre; pero he de plantearles mis objeciones. Llegar al poder es algo que se paga caro; el poder entontece... En un tiempo se llamaba a los alemanes el pueblo de los poetas y pensadores; �piensan todav�a? Ahora, los alemanes se aburren con el esp�ritu y desconf�an de �l; la pol�tica mata todo inter�s serio por las verdaderas cosas del esp�ritu. Temo que "Deutschland, Deutschland �ber Alles" haya acabado con la filosof�a alemana... "�Hay fil�sofos alemanes?", me preguntan en el exterior. "�Hay poetas alemanes? �Hay buenos libros alemanes?" Y yo me ruborizo, pero con esa valent�a que me caracteriza aun en los trances m�s dif�ciles, contesto: "�S�, Bismarck!" �Como para celebrar qu� clase de libros se leen hoy en d�a! ... �Maldito instinto de la mediocridad! �Qui�n no ha pensado con melancol�a en lo que podr�a ser el esp�ritu alem�n? Mas desde hace casi mil a�os este pueblo se ha venido entonteciendo paulatinamente; en parte alguna se ha hecho un uso m�s vicioso de los dos grandes narc�ticos europeos: del alcohol y el cristianismo. En tiempos recientes hasta se ha agregado un tercero, que basta por s� solo para acabar con toda agilidad sutil y audacia mentales: la m�sica, nuestra obstruida y obstruidora m�sica alemana. �Cu�nta t�trica pesadez, torpeza, humedad y modorra, cu�nta cerveza hay en la inteligencia alemana! �C�mo es posible que j�venes que consagran su vida a los fines m�s espirituales no sientan el instinto primordial de la espiritualidad, el instinto de conservaci�n del esp�ritu y beban cerveza?... El alcoholismo de la juventud erudita tal vez no ponga en tela de juicio su erudici�n, que sin esp�ritu se puede hasta ser un gran erudito, pero en cualquier otro plano de cosas es un problema. �D�nde no se comprueba esa suave degeneraci�n que la cerveza determina en el esp�ritu! En cierta ocasi�n, en un caso que casi adquiri� celebridad, denunci� tal degeneraci�n: la degeneraci�n de nuestro librepensador alem�n n�mero uno, del listo David Strauss, autor de un evangelio de cervecer�a y "nuevo credo"... No en balde hab�a rendido pleites�a en verso a la "encantadora morocha", jur�ndole lealtad hasta la muerte... La Imitatio Christi es uno de esos libros que yo no puedo hojear sin experimentar una repulsi�n fisiol�gica; trasciende de ella un perfume femenino, para cuyo disfrute hay que ser franc�s o wagneriano... Su autor tiene una manera de hablar del amor que hasta las parisienses quedan intrigadas. Me dicen que ese jesuita m�s listo, A. Comte, que pretendi� conducir a sus franceses a Roma por el rodeo de la ciencia, se inspir� en este libro. Lo creo: "la religi�n del coraz�n"... G. Eliot: Esa gente se ha librado del Dios cristiano y cree ahora que debe profesar m�s que nunca la moral cristiana; he aqu� una consecuencia inglesa, que no vamos a reprochar a los mamarrachos morales a lo Eliot. En Inglaterra, por cualquier peque�a emancipaci�n de la teolog�a, hay que rehabilitarse de una manera aterradora como fan�tico de la moral. Tal es en ese pa�s la multa que por esto se paga. Nosotros, en cambio, tenemos entendido que quien repudia el credo cristiano no tiene derecho a la moral cristiana. ?^sta no es en absoluto una cosa sobrentendida; digan lo que digan los menos ingleses, hay que insistir en la verdad sobre este punto. El cristianismo es un sistema, una concepci�n global y total de las cosas. Desglosar de �l un concepto capital, la creencia en Dios, significa romper el todo, quedarse sin nada necesario. Descansa el cristianismo en el supuesto de que el hombre no sepa, no pueda saber, qu� es bueno y qu� es malo para �l; cree en Dios, el �nico que lo sabe. La moral cristiana es una orden; su origen es trascendente; se halla m�s all� de toda cr�tica, de todo derecho a la cr�tica; s�lo expresa la verdad si Dios es la verdad; est� inseparablemente ligada a la creencia en Dios. Si los ingleses creen efectivamente que saben por s� solos, por v�a de la "intuici�n", qu� es bueno y qu� es malo; si, en consecuencia, creen que ya no tienen necesidad del cristianismo como garant�a de la moral, es por una mera consecuencia del imperio del juicio de valor cristiano y una expresi�n de lo s�lido y profundo que es este imperio, as� que se ha olvidado el origen de la moral inglesa y ya no se siente lo muy condicionado de su derecho a la existencia. Para el ingl�s, la moral a�n no constituye un problema... George Sand: He le�do las primeras Lettres d'un voyageur: como todo lo que deriva de Rousseau, falsas, artificiosas, blandas, exageradas. Yo no soporto este abigarrado estilo de papel pintado, como tampoco la ambici�n plebeya de sentimientos generosos. Lo peor, por cierto, es y sigue siendo la coqueter�a femenina con virilidades, con modales de mozalbete petulante. �Qu� fr�a ser�a, con todo, esa artista insoportable! Se daba ella cuerda como si fuese un reloj y a escribir... �Fr�a, como Hugo, como Balzac, como todos los rom�nticos, en cuanto empu�aban la pluma! Y con qu� aire de suficiencia se tumbar�a esa fecunda vaca plum�fera, que tuvo algo de alem�n en sentido fatal, igual que el propio Rousseau, su maestro, y aunque s�lo haya podido darse en tiempos en que declinaba el gusto franc�s! Sin embargo, Renan la venera... Moral para sic�logos. �No practicar una sicolog�a reporteril! �No observar nunca por el hecho de observar! Conduce esto a una �ptica falsa, a una perspectiva torcida, a una cosa forzada y exagerada. El experimentar como prurito de experimentar no sale bien. Quien experimenta no debe estar con los ojos fijos en s�, o si no, toda ojeada se convierte en "aojadura". El sic�logo nato se cuida por instinto de ver para ver; lo mismo se aplica al pintor nato, quien no trabaja nunca "del natural", sino que encomienda a su instinto, su c�mara oscura, la tarea de cribar y exprimir el "caso", la "Naturaleza", la "experiencia"... S�lo lo general, la conclusi�n, el resultado, entra en su conciencia; no sabe de esa arbitraria deducci�n de caso particular. Una sugesti�n para los conservadores. He aqu� algo que antes no se supo y ahora se sabe: no es posible la regresi�n, el retorno, en ning�n sentido ni grado. Los fisi�logos, por lo menos, lo sabemos. Mas todos los sacerdotes y moralistas han cre�do en esta posibilidad; pretend�an retraer a la humanidad por la fuerza a una medida anterior de virtud. La moral siempre ha sido un lecho de Procusto. Hasta los pol�ticos han seguido en esto las huellas de los predicadores de la virtud; hay a�n partidos que sue�an con la regresi�n de todas las cosas. Sin embargo, nadie est� en libertad de retroceder. Qui�rase o no, hay que avanzar, quiere decir, avanzar paso a pas� por el camina de la d�cadence (tal es mi definici�n del moderno "progreso" ... ). Se puede poner trabas a esta evoluci�n y as� estancar, acumular, hacer m�s vehemente y fulminante la degeneraci�n misma, aunque no se pueda hacer m�s. Mi concepto del genio. Los grandes hombres, como las grandes �pocas, son explosivos donde est� acumulado un poder tremendo; su prop�sito es siempre, en el orden hist�rico y el fisiol�gico, que durante largo tiempo se haya concentrado, acumulado, ahorrado y preservado con miras a ellos; que durante largo tiempo no haya ocurrido ninguna explosi�n. Cuando la tensi�n en la masa se ha hecho excesiva, basta el est�mulo m�s casual para producir el "genio", la "magna realizaci�n", el gran destino. �Qu� importa entonces el ambiente, la �poca, el "esp�ritu de la �poca", la "opini�n p�blica"! Veamos el caso de Napole�n. La Francia de la Revoluci�n, y sobre todo la de antes de la Revoluci�n, hubiera producido el tipo opuesto al de Napole�n; y lo produjo, en efecto. Y porque Napole�n fue diferente, heredero de una civilizaci�n m�s fuerte, m�s larga, m�s antigua que aquella que se ven�a abajo en Francia, lleg� a ser amo, fue �nicamente el amo. Los grandes hombres son necesarios, la �poca en que se presentan es accidental; el que casi siempre lleguen a dominarla depende s�lo de que sean m�s fuertes, m�s antiguos; de que durante m�s tiempo se hayan concentrado y acumulado con alg�n prop�sito. Entre un genio y su �poca existe una relaci�n como entre lo fuerte y lo d�bil, tambi�n como entre lo viejo y lo joven; la �poca siempre es relativamente mucho m�s joven, floja, falta de madurez, falta de seguridad, infantil. Que prevalezca ahora en Francia una noci�n muy diferente sobre este asunto (tambi�n en Alemania, pero no importa); que all� la teor�a del milieu, una verdadera teor�a de neur�ticos, haya llegado a ser sacrosanta y casi cient�fica, aceptada hasta por los fisi�logos, "huele mal" e invita pensamientos melanc�licos. Tampoco en Inglaterra se piensa sobre el particular; pero nadie se aflija. Al ingl�s le est�n abiertos tan s�lo dos caminos: entend�rselas con el genio y "gran hombre", ya sea democr�ticamente, al modo de Buckle, o religiosamente, al modo de Carlyle. El peligr� que entra�an los grandes hombres y las grandes �pocas es extraordinario; les sigue de cerca el agotamiento en todo sentido, la esterilidad. El gran hombre es un final. El genio, en la obra, en la magna realizaci�n, es necesariamente un derrochador; el gastarse es su grandeza... El instinto de conservaci�n est� en �l, en cierto modo, desconectado; la irresistible presi�n de las fuerzas desbordantes le impide todo cuidado y cautela de esta �ndole. Se le llama a esto "abnegaci�n"; se ensalza el "hero�smo" de tal actitud, la indiferencia hacia el propio bienestar, la devoci�n por una idea, por una magna causa, por una patria; pero se trata, sin excepci�n, de malentendidos... El gran hombre rebosa, se desborda, se gasta sin reservas; fatalmente, involuntariamente, como es involuntario el desbordamiento de un r�o. Mas porque se debe mucho a tales expansiones se les ha desarrollado una especie de moral superior... Y bueno, es propio de la gratitud humana entender mal a sus bienhechores.
Gustarle a uno algo m�s que a un tonto un l�piz.
Volvamos ahora a nuestros primeros ejemplos. En ambos casos, A y B, se emplean los mismos capitales variables, 100 libras esterlinas por semana, durante cada una de las semanas del a�o. Los capitales variables empleados y que funcionan realmente durante el proceso de trabajo son, por tanto, iguales, pero los capitales variables desembolsados difieren totalmente. En el caso A, se desembolsan para cada 5 semanas 500 libras esterlinas, de las cuales se emplean 100 libras por semana. En el caso B, hay que desembolsar para el primer periodo de 5 semanas 5,000 libras esterlinas, de las cuales s�lo se emplean 100 libras esterlinas por semana, o sean, en las 5 semanas, 500 libras esterlinas = 1/10 del capital desembolsado. En el segundo per�odo de 5 semanas, deber�n desembolsarse 4,500 libras esterlinas, de las cuales s�lo se emplear�n 500. El capital variable desembolsado para un determinado per�odo de tiempo s�lo se convierte en capital variable empleado, y por tanto en capital variable que funciona y act�a realmente, en la medida en que se incorpora realmente al sector del per�odo de tiempo que llena. el proceso de trabajo, durante el cual el proceso de trabajo funciona de un modo efectivo. Durante el tiempo en que una parte, de �l permanece invertida para emplearse solamente en un momento posterior, es como si esta parte no existiese para el proceso de trabajo, por cuya raz�n no influye ni en el proceso de creaci�n de valor ni en el de creaci�n de plusval�a. Fij�monos, por ejemplo, en el capital A, de 500 libras esterlinas. Este capital se desembolsa para 5 semanas, pero s�lo 100 libras se incorporan sucesivamente cada semana al proceso de trabajo. En la primera semana, se emplea 1/5 del capital y 4/5 se desembolsan sin emplearse, aunque tienen que hallarse en reserva para los procesos de trabajo de las cuatro semanas siguientes y desembolsarse, por tanto, desde el primer momento. Masajes Barcelona S� su capital describiese m�s rotaciones durante el a�o, esto no alterar�a para nada la cosa, pero s� la duraci�n del plazo y, por tanto, la magnitud de la suma que tendr�a que poner en circulaci�n, adem�s del capital-dinero por �l desembolsado, para atender a su consumo individual. Masajes BCN Pues bien; �qu� nos dice la tercera carta social [p. 87] respecto al nacimiento de la plusval�a? Nos dice, sencillamente, que la "renta", t�rmino en el que el autor sintetiza la renta del suelo y la ganancia no nace de un "recargo de valor" sobre el valor de la mercanc�a, sino "como consecuencia de una deducci�n de valor que se le impone al salario; en otros t�rminos, porque el salario s�lo representa una parte del valor del producto del trabajo" y porque all� donde la productividad del trabajo es suficiente, "no necesita ser igual al valor natural de cambio de su producto, con objeto de que quede un remanente para la reposici�n del capital (!) y para la renta". Sin que se nos diga qu� "valor natural de cambio" del producto es �se en el que no queda ning�n remanente para la "reposici�n del capital", es decir, para la reposici�n de las materias primas y del desgaste de las herramientas. Masajes Por eso es necesario reducir las rotaciones especiales de las distin�tas partes del capital fijo a una f�rmula homog�nea de rotaci�n en que aqu�llas se diferencien cuantitativamente, por el tiempo que la rotaci�n dure. http://www.girlsbarcelona.com
Para terminar, quiero decir algunas palabras sobre ese mundo al que he buscado accesos y al que he encontrado tal vez un acceso nuevo: el mundo an�tiguo. Tambi�n aqu� mi gusto, que es acaso lo con�trario de un gusto transigente, est� lejos de decir s� abiertamente; en un plan general, no le agrada decir s�, le agrada m�s decir no, de preferencia no dice nada... Reza esto para culturas enteras, para los li�bros antiguos que cuentan en mi vida y los m�s famo�sos no figuran entre ellos. Mi sentido del estilo, del epigrama como estilo, se despert� casi instant�nea�mente al contacto con Salustio. No he olvidado el estupor de mi venerado maestro Corssen al tener que dar al peor alumno de su clase de lat�n la mejor nota; llegu� de golpe a la meta. Prieto, severo, con la m�xi�ma cantidad de sustancia en el fondo y una fr�a ma�licia hacia la "palabra sonora", tambi�n hacia el "sen�timiento sublime"; en esto me adivin� a m� mismo. Se reconocer� en mis escritos, hasta en el Zaratustra, una ambici�n muy seria de estilo romano, del "aereperennius" en el estilo. Lo mismo me pas� al primer contacto con Horacio. Hasta el d�a presente ning�n poeta me ha deparado ese arrobo art�stico que me brindaron las odas horacianas. Lenguas hay en que no puede ni siquiera aspirarse a lo que aqu� est� al�canzado. Este mosaico de palabras, donde cada pala�bra, como sonido, lugar y concepto, se desborda irra�diando hacia la derecha y la izquierda y por sobre el todo su fuerza; este minimum en volumen y n�mero de los signos; este maximum en energ�a de los signos as� logrado-todo esto es romano y, si se quiere dar�me cr�dito, aristocr�tica por excelencia. Frente a esto, toda la dem�s poes�a aparece como algo demasiado popular-como mera locuacidad l�rica... Scorts Madrid Lo que se consigue con esta divisi�n del capital en un capital primitivamente productivo y otro adicional es la sucesi�n ininterrumpida de los per�odos de trabajo, el funcionamiento constante como capital productivo de una parte igual del capital desembolsado. valenciagirls He le�do la biograf�a de Thomas Carlyle, esta farsa inconsciente e involuntaria, esta interpretaci�n heroi�co-moral de estados disp�psicos. Carlyle, un hombre de palabras y actitudes enf�ticas, un reto forzoso acu�ciado en todo momento por el anhelo de una fe ar�diente y el sentimiento de no estar capacitado para ella (�en esto, un rom�tico t�pico!). El anhelo de una fe ardiente no es la prueba de una fe ardiente, sino todo lo contrario. Quien la tiene, puede permi�tirse el hermoso lujo del escepticismo; es lo suficien�temente seguro, s�lido y firme para ello. Carlyle atur�de algo en s� por el fortissimo de su veneraci�n por los hombres de la fe ardiente y por su rabia con los que no son tan ingenuos; precisa el barullo. Una constante y apasionada falta de probidad consigo mismo, he aqu� su propium, aquello por lo cual es y seguir� siendo interesante. En Inglaterra, por cierto, lo admiran precisamente por su probidad... Y como esto es ingl�s y los ingleses son el pueblo del cant cien por cien, resulta no s�lo natural, sino explicable. En el fondo, Carlyle es un ateo ingl�s que se precia de no serlo. scort Madrid Examinemos m�s de cerca la precitada adaptaci�n de la organizaci�n de cada animal a su manera de vivir y a los medios de conservar su existencia. Ocurre aqu�, desde luego, la pregunta de si es la manera de vivir la que se regula seg�n la organizaci�n o �sta seg�n aqu�lla. Parece, a primera vista, que sea lo primero lo exacto, puesto que en el orden del tiempo precede la organizaci�n a la manera de vivir, crey�ndose que el animal ha adoptado el g�nero de vida a que mejor se acomoda su estructura, utilizando lo mejor posible los �rganos con que se hall�; que el ave vuela porque tiene alas, el toro embiste porque tiene cuernos, y no la inversa. Esta opini�n es la de Lucrecio: Saunas Cantabria En realidad, por parad�jico que ello pueda parecer a primera vista, es la propia clase capitalista la que pone en circulaci�n el dinero que sirve para realizar la plusval�a que en las mercanc�as se contiene. Pero, bien entendido que no lo lanza a la circulaci�n como dinero desembolsado, es decir, como capital. Lo lanza como medio de compra para su consumo individual. No es, por tanto, dinero adelantado por ella, aunque constituya el punto de partida de su circulaci�n. Barcelona masajes er�ticos En la agricultura, este ciclo de rotaci�n obedece al sistema de la rotaci�n de frutos. "La duraci�n del per�odo de arrendamiento no debe, en todo caso, suponerse inferior al per�odo de rotaci�n de los distintos cultivos a que ha de dedicarse la tierra y, por tanto, en el sistema de las tres hojas, deber� multiplicarse por 3, 6, 9, etc. Pero en el sistema de las tres hojas y barbechera las tierras s�lo se cultivan cuatro a�os de cada seis, pudiendo en los a�os en que se cultivan sembrarse con grano de invierno y de verano y adem�s, en la medida en que lo requiera o lo permita la calidad de la tierra, con trigo y centeno, cebada y avena, alternativamente. Cada una de estas clases de cereales se reproduce en la misma tierra en mayor o menor abundancia que las otras, cada una tiene su valor y se vende tambi�n por un precio distinto. Por eso el rendimiento de la tierra es cada a�o distinto y var�a tambi�n en la primera mitad del per�odo [en los primeros tres a�os] con respecto al segundo. Y ni siquiera el rendimiento medio de ambos per�odos es igual, ya que la fertilidad no depende solamente de la calidad de la tierra, sino tambi�n del tiempo, debiendo tenerse en cuenta adem�s que en los precios influyen diversos factores sujetos a variaciones. Si, por tanto, calculamos el rendimiento de la tierra por las cosechas medias en seis a�os y tomamos como base los precios de los frutos, obtendremos el rendimiento total de un a�o, tanto en un per�odo como en otro. No ocurrir� lo mismo, sin embargo, si el rendimiento se calcula sola�mente para la mitad del per�odo, es decir, para tres a�os, pues enton�ces el rendimiento total obtenido ser� desigual. De aqu� se deduce que la duraci�n del plazo de arrendamiento, a base del r�gimen de las tres hojas, debe fijarse como m�nimum seis a�os. Mucho m�s deseable y ventajoso tanto para el arrendador como para el arren�datario es, sin embargo, el que el plazo de arrendamiento represente un m�ltiplo del plazo de arrendamiento [sic! F. E.]1 y, por tanto, si el sistema aplicado es el de las tres hojas, sea en vez de 6, de 12, 18 o m�s a�os, y si el sistema es el de siete hojas, de 14 � 28 a�os en vez de 7." (Kirchhof, pp. 117 y 118.) sex shop
El folleto comentado por Marx no es m�s que la avanzada extrema de toda una literatura que en la d�cada del veinte endereza la teor�a ricardiana del valor y de la plusval�a, en inter�s del proletariado contra la producci�n capitalista, combatiendo a la burgues�a con sus propias armas. Todo el comunismo de Owen, en la medida en que reviste una forma econ�mico-pol�mica, se basa en Ricardo. Y junto a �l encontramos toda una serie de escritores, entre los cuales Marx se limita, ya en 1847, a citar unos cuantos en contra de Proudhon (Mis�re de la Philosophie, p. 49): Edmonds, Thompson, Hodgskin, etc., etc., "y cuatro p�ginas m�s de etc�teras". Entre este sinn�mero de obras, citar� una, tomada al azar: An Inquiry into the Principles of the Distribution of Wealth, most conducive to Human Happiness, por William Thompson; nueva edici�n, Londres, 1850. La primera edici�n de esta obra, escrita en 1822, se public� por vez primera en 1824. Tambi�n aqu� se define constantemente, y con palabras bastantes contundentes, la riqueza apropiada por las clases no productoras como deducci�n del producto del obrero. "La aspiraci�n constante de lo que llamamos sociedad ha consistido en mover al obrero productivo, por el enga�o o la persuasi�n, por la coacci�n o el terror, a trabajar percibiendo la parte m�s peque�a posible del producto de su propio trabajo" (p. 28). "�Por qu� el obrero no ha de percibir todo el producto absoluto de su trabajo?" (p. 32). "Esta compensaci�n que los capitalistas le arrancan al obrero productivo bajo el nombre de renta del suelo, o de ganancia, se le reclama por el uso de la tierra o de otros objetos... Puesto que todas las materias f�sicas sobre las cuales o por medio de las cuales puede poner en pr�ctica su capacidad de producci�n el obrero productivo despose�do, al que no se le deja m�s que su capacidad de producir, se hallan en posesi�n de otros cuyos intereses son antag�nicos a los suyos y cuyo consentimiento es condici�n previa para su trabajo, �no depende y no tiene necesariamente que depender de la buena voluntad de estos capitalistas la parte de los frutos de su propio trabajo que se le deje como remuneraci�n de �ste (p. 125)... en proporci�n a la magnitud del producto retenido, ya se d�... a estos desfalcos el nombre de impuestos, el de ganancia o el de robo?" (p. 126). etc�tera franc�s completo barcelona D) El capital global de 900 libras esterlinas, por ejemplo, debe dividirse en dos partes, como en el caso anterior: 600 libras para el per�odo de trabajo y 300 para el per�odo de circulaci�n. La parte realmente invertida en el proceso de trabajo se reduce as� en una tercera parte, de 900 libras a 600, con lo cual se reduce tambi�n en una tercera parte la escala de producci�n. Por otra parte, las 300 libras s�lo funcionan para asegurar la continuidad del per�odo de trabajo, haciendo que cada semana del a�o puedan invertirse en el proceso de trabajo 100 libras esterlinas. BCN Delicias
Perder aceite.
Criar un animal al que le sea l�cito hacer promesas -- �no es precisamente esta misma parad�jica tarea la que la natura�leza se ha propuesto con respecto al hombre? �No es �ste el aut�ntico problema del hombre?... El hecho de que tal pro�blema se halle resuelto en gran parte tiene que parecer tan�to m�s sorprendente a quien sepa apreciar del todo la fuer�za que act�a en contra suya, la fuerza de la capacidad de ol�vido. Esta no es una mera vis inertiae [fuerza inercial], como creen los superficiales, sino, m�s bien, una activa, po�sitiva en el sentido m�s riguroso del t�rmino, facultad de in�hibici�n, a la cual hay que atribuir el que lo �nicamente vi�vido, experimentado por nosotros, lo asumido en nosotros, penetre en nuestra conciencia, en el estado de digesti�n (se lo podr�a llamar �asimilaci�n an�mica�), tan poco como penetra en ella todo el multiforme proceso con el que se desarrolla nuestra nutrici�n del cuerpo, la denominada �asimilaci�n corporal�. Cerrar de vez en cuando las puertas y ventanas de la conciencia; no ser molestados por el ruido y la lucha con que nuestro mundo subterr�neo de �rganos serviciales desarrolla su colaboraci�n y oposici�n; un poco de silencio, un poco de tabula rasa [tabla rasa] de la con�ciencia, a fin de que de nuevo haya sitio para lo nuevo, y so�bre todo para las funciones y funcionarios m�s nobles, para el gobernar, el prever, el predeterminar (pues nuestro orga�nismo est� estructurado de manera olig�rquica) --�ste es el beneficio de la activa, como hemos dicho, capacidad de ol�vido, una guardiana de la puerta, por as� decirlo, una man�tenedora del orden an�mico, de la tranquilidad, de la eti�queta: con lo cual resulta visible en seguida que sin capaci�dad de olvido no puede haber ninguna felicidad, ninguna jovialidad, ninguna esperanza, ning�n orgullo, ning�n pre�sente. El hombre en el que ese aparato de inhibici�n se halla deteriorado y deja de funcionar es comparable a un disp�p�tico (y no s�lo comparable -- ), ese hombre no �digiere� �n�tegramente nada... Precisamente este animal olvidadizo por necesidad, en el que el olvidar representa una fuerza, una forma de la salud vigorosa, ha criado en s� una facultad opuesta a aqu�lla, una memoria con cuya ayuda la capaci�dad de olvido queda en suspenso en algunos casos, --a saber, en los casos en que hay que hacer promesas; por tanto, no es, en modo alguno, tan s�lo un pasivo no--poder--volver--a--li�berarse de la impresi�n grabada una vez, no es tan s�lo la indigesti�n de una palabra empe�ada una vez, de la que uno no se desembaraza, sino que es un activo no--querer�volver--a--liberarse, un seguir y seguir queriendo lo querido una vez, una aut�ntica memoria de la voluntad, de tal modo que entre el originario �yo quiero�, �yo har� y la aut�ntica descarga de la voluntad, su acto, resulta l�cito interponer tranquilamente un mundo de cosas, circunstancias e inclu�so actos de voluntad nuevos y extra�os, sin que esa larga ca�dena de la voluntad salte. Mas �cu�ntas cosas presupone todo esto! Para disponer as� anticipadamente del futuro, �cu�nto debe haber aprendido antes el hombre a separar el acontecimiento necesario del casual, a pensar causalmente, a ver y a anticipar lo lejano como presente, a saber estable�cer con seguridad lo que es fin y lo que es medio para el fin, a saber en general contar, calcular, -- cu�nto debe el hombre mismo, para lograr esto, haberse vuelto antes calculable, re�gular, necesario, poder responderse a s� mismo de su propia representaci�n, para finalmente poder responder de s� como futuro a la manera como lo hace quien promete! www.eclipsesexual.com A pesar de que este caso representa siempre en la realidad una excepci�n casual, debe servirnos de punto de partida para nuestras consideraciones, por ser aquel en que los t�rminos del problema se presentan de un modo m�s sencillo y m�s tangible. compa�ia intima en barcelona "Tan pronto como la tierra se convierte en propiedad privada, el propietario exige una parte de todo cuanto producto obtiene o recolecta en ella el trabajador. Su renta es la primera deducci�n que se hace del producto del trabajo aplicado a la tierra. Rara vez ocurre que la persona que cultiva la tierra disponga de lo necesario para mantenerse hasta la recolecci�n. La subsistencia que se le adelanta procede generalmente del capital de un amo, el granjero que lo emplea, y que no tendr�a inter�s en ocuparlo sino participando en el producto del trabajador... este beneficio viene a ser la segunda deducci�n que se hace del producto del trabajo empleado en la tierra. El producto de cualquier otro trabajo est� casi siempre sujeto a la misma deducci�n de un beneficio. En todas las artes y manufacturas, la mayor parte de los operarios necesitan de un patr�n que les adelante los materiales de su obra, los salarios y el sustento hasta que la obra se termina. El patr�n participa en el producto del trabajo de sus operarios, o en el valor que el trabajo incorpora a los materiales, y en esta participaci�n consiste su beneficio." acompa�ante independiente Otra causa del desgaste es la influencia de las fuerzas naturales. As� por ejemplo, las traviesas no se deterioran solamente por el desgaste efectivo, sino tambi�n al podrirse la madera. "Los gastos de conservaci�n de un ferrocarril no dependen tanto del desgaste que lleva consigo el tr�fico ferroviario como de la calidad de la madera, del hierro y de los materiales de construcci�n de los muros, expuestos a la intemperie. Un solo mes riguroso de invierno deteriorar� m�s la caja de la v�a que todo un a�o de tr�fico ferroviario"(R. P. Williams, On the Maintenance of Permanent Way. Conferencia pronunciada en el Institute of Civil Engineers, oto�o de 1867). Relax Madrid Seg�n el R�glement organique (47) -como se titulaba aquel C�digo del vasallaje-, el campesino de la Valaquia viene obligado a entregar al pretendido propietario de la tierra que trabaja, adem�s de toda una serie de tributos en especie, que se detallan: 1� doce d�as de trabajo de car�cter general, 2� un d�a de trabajo en el campo y 3� un d�a de recogida y transporte de le�a. Sumna summarum (48) 14 d�as al a�o. Sin embargo, dando pruebas de una gran perspicacia en materia de Econom�a pol�tica, el d�a de trabajo no se interpreta aqu� en su sentido ordinario, sino como la jornada de trabajo necesaria para crear un producto diario medio; y da la casualidad de que este producto diario medio se determina con tal amplitud, que ni un c�clope podr�a rendirlo en 24 horas. Es el propio "R�glement" el que declara con palabras secas de aut�ntica iron�a rusa, que por 12 d�as de trabajo se debe entender el producto de un trabajo de 36 d�as, por un d�a de trabajo de campo tres d�as, y por un d�a de recogida y transporte de le�a tambi�n el triple. Total: 42 d�as de prestaci�n. Pero, a esto hay que a�adir la llamada "yobagia", o sean las prestaciones adeudadas al se�or de la tierra para atender a las necesidades extraordinarias de la prestaci�n. Cada aldea viene obligada a rendir un determinado contingente anual para la "yobagia", contingente proporcional a su censo de poblaci�n. Estas prestaciones adicionales se calculan a raz�n de 14 d�as al a�o para cada campesino de la Valaquia. Tenemos, pues, que el trabajo de vasallaje prescrito por la ley asciende a 56 jornadas de trabajo al a�o. En la Valaquia, el a�o agr�cola s�lo cuenta, por raz�n del mal clima de aquella regi�n, 210 d�as, de los que hay que descontar 40 domingos y d�as festivos y 30, por t�rmino medio, en que no se puede trabajar por el mal tiempo: total, 70. Quedan 140 d�as de trabajo �tiles. La proporci�n existente entre el trabajo de vasallaje y el trabajo necesario 56/84, o sea el 66 2/3 por ciento, expresa una cuota de plusval�a muy inferior a la que regula el trabajo del obrero agr�cola o fabril ingl�s. Pero, t�ngase en cuenta que se trata solamente del trabajo de prestaci�n exigido por la ley. El R�glement organique, animado de un esp�ritu todav�a m�s "liberal" que la legislaci�n fabril inglesa, da todo g�nero de facilidades para su transgresi�n. Despu�s de convertir los 12 d�as de prestaci�n en 54, reglamenta el trabajo nominal de cada uno de los 54 jornadas de prestaci�n d� tal modo, que tienen necesariamente que imponer una sobretasa sobre las jornadas siguientes. As�, por ejemplo, se dispone que en un d�a habr� que escardarse una extensi�n de tierras que en las tierras de ma�z exige mucho m�s tiempo, v. gr., el doble. En algunas labores agr�colas la ley puede ser interpretada de tal modo, que el d�a de prestaci�n comience en el mes de mayo y termine en el mes de octubre. Y en Moldavia las normas son todav�a m�s duras. "Los doce d�as de prestaci�n que prescribe el "R�glement organique" -exclamaba un boyardo embriagado por su triunfo- �vienen a ser unos 365 d�as al a�o!"12 acompa�antes madrid Ofrece especial inter�s comparar el hambre de plusval�a que impera en los principados del Danubio con la que reina en las f�bricas inglesas, por una raz�n: porque en las prestaciones de los vasallos la plusval�a reviste una forma sustantiva y tangible. azafatas barcelona La transformaci�n de valor del dinero llamado a convertirse en capital no puede operarse en este mismo dinero, pues el dinero, como medio de compra y medio de pago, no hace m�s que realizar el precio de la mercanc�a que compra o paga, manteni�ndose inalterable en su forma genuina, como cristalizaci�n de una magnitud permanente de valor.39 La transformaci�n del dinero en capital no puede brotar tampoco de la segunda fase de la circulaci�n, de la reventa de la mercanc�a, pues este acto se limita a convertir nuevamente la mer�canc�a de su forma natural en la forma dinero. Por tanto, la trans�formaci�n tiene necesariamente que operarse en la mercanc�a com�prada en la primera fase, D - M, pero no en su valor, puesto que el cambio versa sobre equivalentes y la mercanc�a se paga por lo que vale. La transformaci�n a que nos referimos s�lo puede, pues, brotar de su valor de uso como tal, es decir, de su consumo. Pero, para poder obtener valor del consumo de una mercanc�a, nuestro poseedor de dinero tiene que ser tan afortunado que, dentro de la �rbita de la circulaci�n, en el mercado descubra una mercanc�a cuyo valor de uso posea la peregrina cualidad de ser fuente de valor, cuyo consumo efectivo fuese, pues, al propio tiempo, materializaci�n de trabajo, y, por tanto, creaci�n de valor. Y, en efecto, el poseedor de dinero encuentra en el mercado esta mercanc�a espec�fica: la capaci�dad de trabajo o la fuerza de trabajo.


La cuadrilla, en su forma cl�sica, tal como acabamos de descri�birla, es la llamada cuadrilla p�blica, corriente o trashumante (public, common or tramping gang), pues existen, adem�s, las cuadrillas privadas (private gangs). Estas se forman lo mismo que las p�blicas, pero no son tan numerosas y, en vez de estar capita�neadas por un capataz, trabajan bajo las �rdenes de un criado viejo al que el amo no le encuentra empleo mejor. Aqu�, no reina la misma gitaneria, pero, seg�n todos los testimonios, los jornales y el trato de los ni�os son peores. putas marbella "Los salarios -dice J. St. Mill- no encierran fuerza productiva alguna; son el precio de una fuerza productiva; los salarios no impulsan, como el trabajo y a la par con �l, la producci�n de mercanc�as, como tampoco la impulsa el precio de la maquinaria. Si se pudiera conseguir trabajo sin comprarlo, sobrar�an los salarios."33 Lo que ocurre es que si los obreros pudiesen vivir del aire, no se pagar�a por ellos ning�n precio. Por tanto, la gratitud del obrero es un l�mite en sentido matem�tico, que nunca puede alcanzarse, aunque s� pueda rondarse. Es tendencia constante del capital reducir el precio de la fuerza de trabajo a este nivel nihilista. Un autor del siglo XVIII, que ya hemos tenido ocasi�n de citar varias veces, el autor del Essay on Trade and Commerce, no hace m�s que delatar el secreto m�s �ntimo encerrado en el alma del capital ingl�s cuando dice que la misi�n hist�rica de Inglaterra consiste en rebajar los salarios brit�nicos al nivel de los de Francia y Holanda.34 Este autor dice, entre otras cosas, candorosamente: "Pero, como nuestros pobres [t�rmino t�cnico para designar a los obreros] quieren vivir con todo lujo..., su trabajo tiene que resultar, naturalmente, m�s caro... Basta considerar la masa horrorosa de cosas superfluas ("heap of superfluities") que consumen los obreros de nuestras manufacturas, tales como aguardiente, ginebra, t�, az�car, frutos extranjeros, cerveza fuerte, tejidos estampados, tabaco y rap�, etc."35 Este autor an�nimo cita el trabajo de un fabricante de Northamptonshire, que, elevando la mirada al cielo, clama: "En Francia, el trabajo es una tercera parte m�s barato que en Inglaterra, pues los pobres franceses trabajan de firme y gastan lo menos posible en comer y en vestir; su alimento principal consiste en pan, fruta, hierbas, ra�ces y pescado seco; muy rara vez comen carne, y si el trigo est� caro, consumen tambi�n muy poco pan."36 lo cual -a�ade el ensayista - hay que agregar que la bebida de estos obreros se compone de agua o de otros licores flojos por el estilo, gracias a lo cual viven con una baratura realmente asombrosa... Un estado semejante de cosas muy dif�cil de conseguir aqu�, indudablemente, pero no es algo inasequible, como lo demuestra palmariamente el hecho de que exista tanto en Francia como en Holanda.37 Veinte a�os m�s tarde, un fullero norteamericano, el yanqui baronizado Benjam�n Thompson (al�as Conde de Rumford) adoptaba con gran complacencia, ante Dios y ante el mundo, la misma l�nea filantr�pica. Sus "Ensayos" son una especie de libro de cocina, con recetas de todo g�nero, para sustituir las comidas normales de los obreros por sustitutivos mucho m�s baratos. He aqu� una de las recetas m�s inspiradas de este maravilloso "fil�sofo": "Cinco libras de avena, cinco libras de ma�z, 3 peniques de arenque, 1 penique de sal, 1 penique de vinagre, 2 peniques de pimienta y especias; en total 20 3/4 peniques, permiten obtener una sopa para 64 hombres, y con el precio medio del trigo podr�a incluso reducirse el costo en 1/4 penique (menos de 3 pfennings) por cabeza."38 Con los progresos de la producci�n capitalista, la adulteraci�n de los art�culos ha venido a hacer in�tiles los ideales de Thompson.39 escorts independientes barcelona En sus Principios de Econom�a pol�tica, dice John Stuart Mill: "Cabr�a preguntarse si todos los inventos mec�nicos aplicados hasta el presente han facilitado en algo los esfuerzos cotidianos de alg�n hombre."1 Pero la maquinaria empleada por el capitalismo no persigue ni mucho menos, semejante objetivo. Su finalidad, como la de todo otro desarrollo de la fuerza productiva del trabajo, es simplemente rasar las mercanc�as y acortar la parte de la jornada en que el obrero necesita trabajar para s�, y, de ese modo, alargar la parte de la jornada que entrega gratis al capitalista. Es, sencillamente, un medio para la producci�n de plusval�a. En la manufactura, la revoluci�n operada en el r�gimen de producci�n tiene como punto de partida la fuerza de trabajo; en la gran industria, el instrumento de trabajo. Hemos de investigar, por tanto, qu� es lo que convierte al instrumento de trabajo de herramienta en m�quina y en qu� se distingue �sta del instrumento que maneja el artesano. Se trata de encontrar los grandes rasgos, las caracter�sticas generales, pues en la historia de la sociedad ocurre como en la historia de la tierra, donde las �pocas no se hallan separadas las unas de las otras por fronteras abstractas y rigurosas. posicionamiento web El primer efecto de la jornada de trabajo reducida descansa en la ley evidente de que la capacidad de rendimiento de la fuerza de trabajo est� en raz�n inversa al tiempo durante el cual act�a. Dentro de ciertos l�mites, lo que se pierde en duraci�n del trabajo se gana en intensidad. Y el capital se cuida de conseguir por medio del m�todo de retribuci�n72 que el obrero despliegue efectivamente m�s fuerza de trabajo. En las manufacturas, la de alfarer�a, por ejemplo, en que la maquinaria no desempe�a ning�n papel o tiene s�lo un valor secundario, la implantaci�n de la ley fabril ha demostrado palmariamente que con s�lo reducir la jornada de trabajo aumentan maravillosamente el ritmo, la uniformidad, el orden, la continuidad y la energ�a del trabajo.73 Sin embargo, en la verdadera f�brica este efecto no era tan claro, pues aqu� la supeditaci�n del obrero a los movimientos continuos y uniformes de la m�quina hac�a ya mucho tiempo que hab�a creado la m�s rigurosa disciplina. Por eso, cuando en 1844 se trat� de reducir la jornada de trabajo a menos de 12 horas, los fabricantes declararon casi un�nimemente que "sus vigilantes estaban atentos, en todos los talleres, a que los obreros no perdiesen ni un minuto", que "el grado de vigilancia y atenci�n por parte de los obreros (the extent of vigilance and attention on the part of the workmen) no admit�a casi aumento" y que, por tanto, suponiendo que todas las dem�s circunstancias: la marcha de la maquinaria, etc., permaneciesen invariables "era un absurdo, en las f�bricas bien regidas, esperar ning�n resultado apreciable de la intensificaci�n del celo, etc., de los obreros".74 No obstante, esta afirmaci�n fue refutada por una serie de experimentos. Mr. R. Gardner hizo que, a partir del 20 de abril de 1844, sus obreros trabajasen, en sus dos grandes f�bricas de Preston, 11 horas diarias en vez de 12. Al cumplirse aproximadamente un a�o, result� que "se hab�a obtenido la misma cantidad de producto con el mismo costo y que todos los obreros hab�an ganado en 11 horas de trabajo el mismo salario que antes en 12"75 Paso por alto los experimentos hechos en los talleres de hilado y cardado, porque �stos se combinaban con un aumento de velocidad de las m�quinas (de un 2 por 100 aproximadamente). En cambio, en los talleres de tejidos -en los que, adem�s se tej�an clases muy diversas de art�culos ligeros de fantas�a- no se oper� el menor cambio en las condiciones objetivas de producci�n. El resultado fue el siguiente: "Desde el 6 de enero hasta el 20 de abril de 1844, con una jornada de trabajo de 12 horas, el salario medio semanal de cada obrero ascendi� a 10 chelines y l � peniques: desde el 20 de abril hasta el 29 de junio de 1844, con una jornada de trabajo de 11 horas, el salario medio semanal fue de 10 chelines y 3 � peniques."76 Como se ve, en 11 horas de trabajo se produc�a m�s que antes en 12, gracias exclusivamente a la mayor uniformidad y perseverancia del trabajo y a la econom�a del tiempo. Los obreros percib�an el mismo salario y se encontraban con una hora libre, el capitalista obten�a la misma masa de productos, y ahorraba el gasto de carb�n, gas, etc., durante una hora. Experimentos semejantes se hicieron, con id�ntico resultado, en las f�bricas de los se�ores Horrocks y Jackson.77 artes graficas barcelona Del mismo modo que la levita y el lienzo son valores de uso cualitativamente distintos, los trabajos a que deben su existencia ��-o sea, el trabajo del sastre y el del tejedor- son tambi�n trabajos cualitativamente distintos. Si no fuesen valores de uso cualitativa�mente distintos y, por tanto, productos de trabajos �tiles cualitati�vamente distintos tambi�n, aquellos objetos bajo ning�n concepto podr�an enfrentarse el uno con el otro como mercanc�as. No es pr�c�tico cambiar una levita por otra, valores de uso por otros id�nticos. bares de copas en valencia Como hemos visto, las fuerzas productivas que brotan de la cooperaci�n y de la divisi�n del trabajo no le cuestan nada al capital. Son fuerzas naturales del trabajo social. Tampoco cuestan nada las fuerzas naturales de que se apropia para los procesos productivos: el vapor, el agua, etc. Pero, as� como necesita un pulm�n para respirar, el hombre, para poder consumir productivamente las fuerzas de la naturaleza, necesita tambi�n alg�n artefacto "hecho por su mano". Para utilizar la fuerza motriz del agua se necesita una rueda hidr�ulica, para emplear la elasticidad del vapor una m�quina de vapor, etc. Y lo mismo que con las fuerzas naturales, acontece con la ciencia. Una vez descubierta, la ley sobre las desviaciones de la aguja magn�tica dentro del radio de acci�n de una corriente el�ctrica o la de la producci�n del fen�meno del magnetismo en el hierro circundado de una corriente de electricidad, no cuesta un c�ntimo.23 Pero, para explotar estas leyes al servicio de la telegraf�a, etc., hace falta un aparato complicado y costos�simo. La m�quina no desplaza, como ve�amos, a la herramienta. Esta, creciendo y multiplic�ndose, se convierte de instrumento diminuto del organismo humano en instrumento de un mecanismo creado por el hombre. En vez de hacer trabajar al obrero con su herramienta, el capital le hace trabajar ahora con una m�quina que maneja ella misma su instrumental. Por tanto, a primera vista es evidente que la gran industria, incorporando al proceso de producci�n las enormes fuerzas de la naturaleza y las ciencias naturales, tiene que reforzar extraordinariamente la productividad del trabajo, lo que ya no es tan evidente, ni mucho menos, es que esta fuerza productiva reforzada se logre a costa de una intensificaci�n redoblada de trabajo por la otra parte. La maquinaria, como todo lo que forma parte del capital constante, no crea valor, se limita a transferir el valor que ella encierra al producto que contribuye a fabricar. En la medida en que representan un valor propio y en que, por tanto. lo transfieren al producto, las m�quinas forman parte integrante del valor del mismo. Lejos de abaratarlo, lo que hacen es encarecerlo en proporci�n a su propio valor. Y es indiscutible que, comparadas con los instrumentos de trabajo de la industria manufacturera y manual, la m�quina y la maquinaria sistem�ticamente desarrollada, instrumento de trabajo caracter�stico de la gran industria, aumentan de valor en proporciones extraordinarias. guia ocio lleida 96 As� lo reconoce Ure. Este autor dice que los obreros, "en caso de necesidad, pueden trasladarse de una m�quina a otra, a voluntad del que dirige los trabajos", y exclama, triunfante: "Estos cambios est�n en abierta contradicci�n con la vieja rutina de dividir el trabajo y asignar a un obrero la tarea de moldear la cabeza de un alfiler, a otro la de sacarle punta, etc. [Philosophy of Manufactures, p. 22.] M�s bien hubiera debido preguntarse por qu� en las f�bricas autom�ticas esta "vieja rutina" s�lo puede abandonarse en "caso de necesidad ". MAX WEB 241 Cfr. Liebig, Die Chemie in ibrer Anwendung auf Agr�kultur und Phy�siologie, 7� ed. 1862, y especialmente la "Introducci�n a las leyes naturales del cultivo de la tierra" en el tomo primero. Uno de los m�ritos inmortales de Liebig es el haber estudiado el lado negativo de la agricultura moderna desde el punto de vista de las Ciencias naturales. Tambi�n contienen interesantes sugestiones, aunque no est�n exentos de errores de bulto, sus bosquejos hist�ricos sobre la evoluci�n de la agricultura. Unicamente es lamentable que aventure el buen tunt�n manifestaciones como la siguiente: mediante un removido m�s a fondo y un labrador m�s frecuente se activa el cambio de aire en el interior de la tierra porosa y se extiende y renueva la superficie de la tierra influida por el aire, pero se comprende f�cilmente que el aumento de rendimiento del campo no puede ser proporcional al trabajo invertido en �l, sino que est� en una proporci�n mucho menor." "Esta ley -a�ade Liebig- ha sido formulada primeramente por J. St. Mill en sus Principles of Political Economy, I, p. 17, en los siguientes t�rminos: "Que el rendimiento de la tierra aumenta, caeteris paribus (107) , en una escala decreciente a me�dida que crece el n�mero de obreros empleado" (Mr. Mill repite incluso la ley de la escuela ricardiana en una f�rmula falsa, pues como "the decrease of the labourers employed" , es decir, el descenso de los obreros empleados, se ha desarrollado siempre, en Inglaterra, paralelo a los progresos de la agricultura, resultar�a que esta ley, creada en Inglaterra y para Inglaterra, no ten�a aplicaci�n en este pa�s), "consti�tuye la ley general de la agricultura", cosa bastante curiosa, puesto que �l desconoc�a su fundamento. (Liebig, ob. c., I. p. 143 y nota.) Aun prescindiendo de la falsa acepci�n de la palabra "trabajo", a la que Liebig, da un sentido distinto del que le da la econom�a pol�tica, es tambi�n "bastante curioso" que presente a Mr. J. St. Mill como el primer vocero de una teor�a expuesta primeramente por James An�derson en tiempos de A. Smith, y repetida luego en diversas obras hasta prin�cipios del siglo XIX, teor�a que luego Malthus, gran maestro en materia de plagios (toda su teor�a de la poblaci�n es un plagio desvergonzado) se anexion� en 1815, que West desarroll� por la misma �poca y sin la menor relaci�n con Anderson y que Ricardo en 1817, relacion� con la teor�a general del valor, haci�ndola dar la vuelta al mundo bajo su nombre, que James Mill (padre de J. St. Mill) vulgariz� en 1820 y que, por �ltimo, Mr. J. St. Mill, como uno de tantos, repite como un dogma escol�stico convertido ya en lugar com�n. Es innegable que J. St. Mill debe su autoridad, "bastante curiosa" desde luego, casi exclusivamente a un quid pro quo de �stos.

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