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Vessel Name: binerito
25 May 2008 | madrid
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Darse un le�azo.

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25 May 2008 | madrid
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Darse un le�azo.
Evita que el pensamiento divague a la deriva, reaccionando de acuerdo a lo que surge momento a momento. Este es un tipo de pensamiento cartogr�fico, que hace mapas, en el cual se explora primeramente el terreno y se toma nota. Luego se observan las posibles rutas y luego se elige una. Para esto se requiere una estructura organizadora, esto lo da el pensamiento de sombrero azul. Tambi�n permite definir el problema, enfocar el tema y elabora las preguntas. A veces todo el problema est� en la capacidad de enfoque. Es responsable de la s�ntesis, la visi�n global y las conclusiones durante el curso del pensamiento o al final del mismo. A�n cuando se asigne a una persona, el rol espec�fico del pensamiento de sombrero azul (que por lo general es el jefe), este rol est� abierto a cualquiera que desee proponer comentarios o sugerencias de sombrero azul. Mas tambi�n esta organizaci�n ten�a que ser terrible; esta vez no en lucha con la bestia, sino con el concepto antit�tico, el hombre no "criado" y formado, el hombre-mezcolanza, el tshandala. Y a su vez, no dispon�a de otro medio de quitarle su peligrosidad, de debilitarlo, que el de enfermarla; tal era la lucha con el "gran n�mero". Sin embargo, es posible que no haya nada tan contrario a nuestro sentir como las medidas preventivas de la moral india. El tercer edicto, por ejemplo (Avadana-Sastra I), el "de las legumbres impuras", ordena que el �nico alimento permitido a los tshandalas es el ajo y la cebolla, toda vez que la Sagrada Escritura prohibe darles granos ni frutos que contengan granos, ni tampoco agua y fuego. El mismo edicto estipula que el agua que necesitan no debe ser extra�da de los r�os, fuentes ni lagos, sino �nicamente de los accesos a los pantanos y de los hoyos originados por las pisadas de los animales. Se les prohibe, asimismo, lavar su ropa, y aun lavarse a s� mismos, toda vez que el agua que se les concede como un favor s�lo debe servir para apagar la sed. Proh�bese, por �ltimo, a las m�jeres sudras asistir a las mujeres tshandalas que dan a luz, as� como a �stas asistirse entre s�... No se hizo esperar el resultado de tal reglamentaci�n sanitaria epidemias mort�feras, asquerosas enfermedades ven�reas, y luego, como reacci�n, la "ley del cuchillo", ordenando la circuncisi�n de los varones y la extirpaci�n de los labios peque�os de la vulva en las ni�as. El propio Man� dice: "los tshandalas son el fruto del adulterio, incesto y crimen" (tal es la consecuencia necesaria del concepto "cr�a"). Toda su indumentaria debe reducirse a andrajos tomados de los cad�veres, su vajilla, a ollas rotas, su adorno, a hierro viejo, y su culto, al de los esp�ritus del mal; deben vagar sin hallar paz en ninguna parte. Se les prohibe escribir de izquierda a derecha y servirse para escribir de la diestra, lo cual est� reservado a los virtuosos, a las "personas de raza". Estas disposiciones son harto instructivas; en ellas se da la humanidad aria en toda su pureza y originalidad; puede verse que el concepto "sangre pura" es todo lo contrario de un concepto inofensivo. Resulta claro, por otra parte, en qu� pueblo se ha perpetuado el odio, el odio tshandala, a esta "humanidad"; d�nde este odio se ha hecho religi�n, genio... Desde este punto de vista, los Evangelios, y, sobre todo, el Libro de Enoch, constituyen un documento de primer orden. El cristianismo, de ra�z jud�a y s�lo comprensible como planta crecida en este suelo, representa la reacci�n a toda moral de casta, raza y privilegio; es la religi�n antiaria por excelencia. Significa el cristianismo la transmutaci�n de todos los valores arios, el triunfo de los valores tshandalas; el evangelio predicado a los pobres y humildes, la sublevaci�n total de todos los oprimidos, miserables, malogrados y desheredados contra la "raza"; la inmortal venganza tshandala como religi�n -del amor... Ya no nos apreciamos lo suficiente si nos comunicamos. Nuestras experiencias propiamente dichas no son en modo alguno locuaces. Ni siquiera podr�an comunicarse, pues les faltan las palabras. Lo que sabemos expresar en palabras, ya lo hemos dejado atr�s. En todo hablar hay algo de desprecio. Parece que el lenguaje est� inventado �nicamente para lo ordinario, lo medio, lo comunicable. Con el lenguaje se vulgariza el que habla. (De una moral para sordomudos y otros fil�sofos.) "�Es encantadora esta imagen!"... La historia, insatisfecha, excitada, desolada en el coraz�n y las entra�as, pendiente en todo momento, con una curiosidad dolorosa, del imperativo que desde las profundidades de su organismo susurra "aut liberi aut libri"; la literata, lo suficientemente culta para entender la voz de la Naturaleza, incluso cuando habla en lat�n, y, por otra parte, lo suficientemente vanidosa y est�pida para decir aun en franc�s para sus adentros "je me verrai, je me lirai, je m'extasierai et je dirai: Possible, que j'aie eu tant d'esprit?" Hablan los "impersonales". "Nada nos es tan f�cil como ser sabios, pacientes, superiores y serenos. Chorreamos aceite de indulgencia y simpat�a; somos de una manera absurda justos; perdonamos todo. Por eso mismo debi�ramos desarrollar en nosotros de tanto en tanto un peque�o afecto, un peque�o vicio de afecto. Tal vez nos cueste; tal vez nos riamos, entre nosotros, de la figura que encarnamos. Pero no tenemos m�s remedio. No nos queda ya ninguna otra forma de autodisciplina; tal es nuestro ascetismo, nuestra penitencia"... Volverse personal, he aqu� la virtud del "impersonal"...De un examen de doctorado. "�Cu�l es la tarea de toda ense�anza superior?" Hacer del hombre una m�quina. "�C�mo se consigue esto?" El hombre debe aprender a aburrirse. "�C�mo se consigue esto?" Mediante la noci�n del deber. "�Qui�n es su mrdelo en esta ocasi�n?" El fil�logo, que ense�a a trabajar como un burro. "�Qui�n es el hombre perfecto?" El empleado del Estado. "�Qu� filosof�a ofrece la f�rmula suprema para el empleado del Estado?" La de Kant el empleado del Estado como cosa en s�, proclamado juez del empleado del Estado como apariencia. El derecho a la estupidez. El trabajador cansado de lento respirar y aire bonach�n que , deja correr las cosas; esta figura t�pica que uno encuentra ahora, en esta �poca del trabajo (�y del Reich!) en todas las capas de la sociedad, reivindica hoy d�a precisamente el arte, incluido el libro, en particular el diario; j�zguese en cu�nto mayor grado la bella Naturaleza reivindica a Italia... El hombre del atardecer, con los "impulsos fieros expirados", de que habla Fausto, tiene necesidad del lugar de veraneo, de la playa de mar, de los ventisqueros, de Bayreuth... En tiempos as�, el arte tiene derecho a la locura pura, como una especie de vacaciones para el esp�ritu, el ingenio y el �nimo. As� lo entendi� Wagner. La locura pura repone...Habla el inmoralista. Nada repugna tanto al fil�sofo como el hombre que desea... Cuando ve al hombre exclusivamente en sus actos; cuando ve a este animal m�s valiente, astuto y denodado extraviado hasta en trances laber�nticos, �cu�n admirable se le aparece el hombre! Y aun lo alienta... Desprecia el fil�sofo, en cambio, al hombre que desea, tambi�n al hombre "deseable", y en un plano general, todas las deseabilidades, todos los ideales humanos. Si el fil�sofo pudiese ser nihilista lo ser�a, pues detr�s de todos los ideales del hombre encuentra la nada. O ni siquiera la nada, sino lo ruin, lo absurdo, lo enfermo, lo cobarde, lo cansado, toda clase de heces de la copa vaciada de su vida... El hombre, que en tanta realidad es siempre vulnerable, �c�mo es que no merece respeto en cuanto desea? �Ser� que tiene que pagar por la capacidad que lo distingue como realidad?, �que tiene que compensar su actividad, la tensi�n mental y el esfuerzo de voluntad en toda actividad, por una relajaci�n en lo imaginario y lo absurdo? Al cristianismo no se le debe adornar ni engalanar: �l ha hecho una guerra a muerte a ese tipo superior de hombre, �l ha proscrito todos los instintos fundamentales de ese tipo, �l ha extra�do de esos instintos por destilaci�n, el mal, el hombre malvado, - el hombre fuerte considerado como hombre t�picamente reprobable, como "hombre r�probo". El cristianismo ha tomado, partido por todo lo d�bil, bajo malogrado, ha hecho un ideal de la contradicci�n a los instintos de conservaci�n de la vida fuerte; ha corrompido la raz�n incluso de las naturalezas dotadas de m�xima fortaleza espiritual al ense�ar a sentir como pecaminosos, como descarriadores, como tentaciones, los valores supremos de la espiritualidad. �El ejemplo m�s deplorable - la corrupci�n de Pascal, el cual cre�a en la corrupci�n de su raz�n por el pecado original, siendo as� que s�lo estaba corrompida por su cristianismo! Entre alemanes se me comprende en seguida cuando yo digo que la filosof�a est� corrompida por sangre de te�logos. El p�rroco protestante es el abuelo de la filosof�a alemana, el protestantismo mismo, su peccatum originale. Definici�n del protestantismo: la hemiplej�a del cristianismo - y de la raz�n... Basta pronunciar la palabra "Seminario [Stift] de T�binger" para comprender qu� es en el fondo la filosof�a alemana - una filosof�a artera... Los suabos son los mejores mentirosos en Alemania, mienten inocentemente... �A qu� se debi� el j�bilo que, al aparecer Kant, recorri� el mundo de los doctos alemanes, compuesto en sus tres cuartas partes por hijos de p�rrocos y de maestros -, a qu� el convencimiento alem�n, que a�n hoy sigue encontrando eco, de que con Kant comienza un giro hacia algo mejor? El instinto de te�logo existente en el docto alem�n adivin� qu� es lo que, a partir de ese momento, volv�a a ser posible... Un camino fortuito hacia el viejo ideal quedaba abierto, el concepto "mundo verdadero", el concepto de la moral como esencia del mundo (- �los dos errores m�s malignos que existen!) volv�an a ser ahora, gracias a un escepticismo ladinamente inteligente, si no demostrables, tampoco ya refutables... La raz�n, el derecho de la raz�n no llega tan lejos... Se hab�a hecho de la realidad una "apariencia"; y se hab�a hecho de un mundo completamente mentido, el de lo que es, la realidad. El �xito de Kant es meramente un �xito de te�logos: Kant fue, lo mismo que Lutero, lo mismo que Leibniz, una r�mora m�s en la honestidad alemana, nada firme de suyo
Ir a toda leche.
Tercero. Al venderse la mercanc�a, una parte de su precio de venta resarce al capitalista, por tanto, el capital variable adelantado por �l y, por consiguiente, le pone en condiciones de comprar nuevamente fuerza de trabajo, al mismo tiempo que permite al obrero vend�rsela de nuevo. Barcelona putas Si se ha comprendido en toda su profundidad --y yo exijo que precisamente aqu� se cave hondo, se comprenda con hondura-- hasta qu� punto la tarea de los sanos no puede consistir, de ninguna manera, en cuidar enfermos, en sanar enfermos, se habr� comprendido tambi�n con ello una ne�cesidad m�s, -- la necesidad de que haya m�dicos y enferme�ros que est�n, ellos mismos, enfermos, y ahora ya tenemos y aferramos con ambas manos el sentido del sacerdote asc�ti�co. A �ste hemos de considerarlo como el predestinado sal�vador, pastor y defensor del reba�o enfermo: s�lo as� com�prendemos su enorme misi�n hist�rica. El dominio sobre quienes sufren es su reino, a ese dominio le conduce su ins�tinto, en �l tiene su arte m�s propia, su maestr�a, su especie de felicidad. ?^l mismo tiene que estar enfermo, tiene que es�tar emparentado de ra�z con los enfermos y tarados para entenderlos, -- para entenderse con ellos; pero tambi�n tie�ne que ser fuerte, ser m�s se�or de s� que de los dem�s, es decir, mantener intacta su voluntad de poder, para tener la confianza y el miedo de los enfermos, para poder ser para ellos sost�n, resistencia, apoyo, exigencia, azote, tirano, dios. El tiene que defenderlo, a ese reba�o suyo --�contra qui�n? Contra los sanos, no hay duda, y tambi�n contra la envidia respecto a los sanos; tiene que ser el natural antago�nista y despreciador de toda salud y potencialidad rudas, tempestuosas, desenfrenadas, duras, violentas, propias de animales rapaces. El sacerdote es la forma primera del ani�mal m�s delicado, al que le resulta m�s f�cil despreciar que odiar. No estar� dispensado de hacer la guerra a los anima�les rapaces, una guerra m�s de la astucia (del �esp�ritu�) que de la violencia, como es obvio, -- para ello tendr� nece�sidad, a veces, de forjar dentro de s� casi un tipo nuevo de animal rapaz o, al menos, de pasar por tal, -- una nueva te�rribilidad animal, en la que el oso polar, el el�stico, fr�o, ex�pectante leopardo y, en no menor medida, el zorro parecen asociados en una unidad tan atrayente como terror�fica. Suponiendo que la necesidad le fuerce, el sacerdote apare�cer�, en medio de las dem�s especies de animales rapaces, osunamente serio, respetable, inteligente, fr�o, superior por sus enga�os, como heraldo y portavoz de potestades m�s misteriosas, decidido a sembrar en este terreno, all� donde le sea posible, sufrimiento, discordia, autocontradicci�n, y, demasiado seguro de su arte, a hacerse en todo momento due�o de los que sufren. Trae consigo ung�entos y b�lsa�mos, no hay duda; mas para ser m�dico tiene necesidad de herir antes; mientras calma el dolor producido por la heri�da, envenena al mismo tiempo �sta --pues de esto, sobre todo, entiende este encantador y domador de animales ra�paces, a cuyo alrededor todo lo sano se vuelve necesaria�mente enfermo, y todo lo enfermo se vuelve necesariamen�te manso. De hecho defiende bastante bien a su reba�o en�fermo, este extra�o pastor, -- lo defiende tambi�n contra s� mismo, contra la depravaci�n, la malignidad, la malevolen�cia que en el reba�o mismo arden bajo las cenizas, y contra las dem�s cosas que les son comunes a todos los pacientes y enfermos, combate de manera inteligente, dura y secreta contra la anarqu�a y la autodisoluci�n en todo tiempo ger�minantes dentro del reba�o, en el cual se va constantemen�te amontonando esa peligros�sima materia detonante y ex�plosiva, el resentimiento. Quitar su carga a esa materia ex�plosiva, de modo que no haga saltar por el aire ni al reba�o ni al pastor, tal es su aut�ntica habilidad, y tambi�n su suprema utilidad; si se quisiera compendiar en una f�rmula brev�sima el valor de la existencia sacerdotal, habr�a que de�cir sin m�s: el sacerdote es el que modifica la direcci�n del re�sentimiento. Todo el que sufre busca instintivamente, en efecto, una causa de su padecer; o, dicho con m�s precisi�n, un causante, o, expresado con mayor exactitud, un causan�te responsable, susceptible de sufrir, -- en una palabra, algo vivo sobre lo que poder desahogar, con cualquier pretexto, en la realidad o in effigie [en efigie], sus afectos: pues el de�sahogo de los afectos es el m�ximo intento de alivio, es de�cir, de aturdimiento del que sufre, su involuntariamente an�helado narcoticum contra tormentos de toda �ndole. La ver�dadera causalidad fisiol�gica del resentimiento, de la venganza y de sus afines se ha de encontrar, seg�n yo sospe�cho, �nicamente en esto, es decir, en una apetencia de amortiguar el dolor por v�a afectiva: --de ordinario se busca esa causalidad, muy erradamente a mi parecer, en el contra�golpe defensivo, en una mera medida protectora de la reac�ci�n, en un �movimiento reflejo� ejecutado al aparecer una lesi�n y una amenaza s�bitas, an�logo al que todav�a ejecu�ta una rana decapitada para escapar a un �cido c�ustico. Pero la diferencia es fundamental: en un caso se quiere im�pedir el continuar recibiendo da�o, en el otro se quiere adormecer un dolor torturante, secreto, progresivamente intolerable, mediante una emoci�n m�s violenta, sea de la especie que sea, y expulsarlo, al menos por el momento, de la consciencia, -- para ello se necesita un afecto, un afecto lo m�s salvaje posible, y, para excitarlo, el primero y mejor de los pretextos. �Alguien tiene que ser culpable de que yo me encuentre mal� -- esta especie de raciocinio es propia de to�dos los enfermizos, y ello tanto m�s cuanto m�s se les ocul�ta la verdadera causa de su sentirse--mal, la causa fisiol�gica ( -- �sta puede residir, por ejemplo, en una lesi�n del nervus sympathicus, o en una anormal secreci�n de bilis, o en una pobreza de sulfatos y de fosfatos en la sangre 96, o en estados de opresi�n del bajo vientre que congestionan la circula�ci�n de la sangre, o en una degeneraci�n de los ovarios, y cosas parecidas). Los que sufren tienen, todos ellos, una es�pantosa predisposici�n y capacidad de inventar pretextos para efectos dolorosos; disfrutan ya con sus suspicacias, con su cavilar sobre ruindades y aparentes perjuicios, re�vuelven las entra�as de su pasado y de su presente en busca de oscuras y ambiguas historias donde poder entregarse al goce de una sospecha torturadora y embriagarse con el propio veneno de la maldad --abren las m�s viejas heridas, sangran por cicatrices curadas mucho tiempo antes, con�vierten en malhechores al amigo, a la mujer, al hijo y a todo lo que se encuentra cerca de ellos. �Yo sufro: alguien tiene que ser culpable de esto� --as� piensa toda oveja enfermiza. Pero su pastor, el sacerdote asc�tico, le dice: ��Est� bien, oveja m�a!, alguien tiene que ser culpable de esto: pero t� misma eres ese alguien, t� misma eres la �nica culpable de esto, --�t� misma eres la �nica culpable de tiL..� Esto es bas�tante audaz, bastante falso: pero con ello se ha conseguido al menos una cosa, con ello la direcci�n del resentimiento, como hemos dicho, queda cambiada. BCN putas Primero. Actos pertenecientes al proceso de circulaci�n: el obrero vende su mercanc�a -lo fuerza de trabajo- al capitalista; el dinero con que �ste la compra es para �l dinero invertido en producir valor, es decir, capital-dinero; no es dinero gastado, sino adelantado. (Tal es el sentido real del concepto de "adelanto" [Vorschuss] -el avance de los fisi�cratas-, siendo de todo punto indiferente de d�nde tome el dinero el mismo capitalista. Para el capitalista constituye adelanto todo valor desembolsado con vistas al proceso de producci�n, ya sea previamente o post festum; es al propio proceso de producci�n a quien lo adelanta.) El fen�meno que aqu� se da es el que se da en toda venta de mercanc�as: el vendedor se desprende de un valor de uso (aqu�, de la fuerza de trabajo) y obtiene su valor (realiza su precio) en dinero; el comprador se desprende de su dinero y obtiene a cambio la mercanc�a, que aqu� es la fuerza de trabajo. Chicas Por tanto, aunque dentro de la producci�n capitalista la industria del transporte aparezca como causa de los gastos de circulaci�n, esta forma especial de manifestarse no altera para nada los t�rminos del problema. Masajes Barcelona
Pasemos ahora al segundo per�odo del tiempo de circulaci�n: el tiempo de compra, o sea, el per�odo en que el capital revierte de la forma dinero a los elementos del capital productivo. El capital, du�rante este per�odo, no tiene m�s remedio que mantenerse m�s o me�nos tiempo bajo la forma de capital-dinero; es decir, una cierta parte del capital global desembolsado debe adoptar constantemente esa forma, aunque esta parte se halle formada por elementos constante�mente variables. En una determinada industria, ser� necesario que del capital total desembolsado existan bajo forma de capital-dinero n X 100 libras esterlinas, de modo que mientras todos los elementos integrantes de estas n X 100 libras se van convirtiendo constante�mente en capital productivo, esta suma vaya complet�ndose constan�temente tambi�n con el reflejo de la circulaci�n, con el capital�-mercanc�as, a medida que vaya realiz�ndose. Una determinada parte de valor del capital desembolsado reviste, pues, constantemente la forma de capital-dinero, es decir, una forma propia de la �rbita de circulaci�n y no de la esfera de producci�n. Escorts independientes Madrid Los stocks de mercanc�as deben tener el volumen necesario para poder satisfacer durante un determinado periodo las necesidades de la demanda. Para ello, se cuenta con una extensi�n constante del c�rculo de compradores. Para que alcancen, por ejemplo, durante un d�a, una parte de las mercanc�as que se encuentran en el mercado deben permanecer constantemente bajo forma de mercanc�as, mientras otra parte circula, se convierte en dinero. Claro est� que la parte que se estanca mientras la otra circula disminuye constantemente, del mismo modo que el volumen del mismo stock se va reduciendo, hasta que por �ltimo se vende en su totalidad. Por tanto, el almacenamiento de mercanc�as se considera aqu� como condici�n necesaria de la venta de �stas. Su volumen debe exceder, adem�s del de la venta media o del de la demanda media. De otro modo, no podr�a satisfacer la venta o la demanda que excediese de este limite. Por otra parte, los stocks deber�n renovarse constantemente, puesto que se agotar�n de un modo constante. Esta renovaci�n s�lo podr� alimentarse, en �ltima instancia, a base de la producci�n, mediante la afluencia de nuevas mercanc�as. Las nuevas mercanc�as pueden afluir del extranjero o del interior del pa�s; esto no altera para nada los t�rminos del problema. La renovaci�n depende de los periodos de tiempo que las mercanc�as necesiten para su reproducci�n. Los stocks de mercanc�as deben bastar para cubrir estos periodos. El hecho de que las mercanc�as almacenadas no permanezcan en manos de su productor, sino que discurran a lo largo de distintos canales que van desde el gran almacenista hasta el comerciante al por menor, no influye para nada en el problema mismo, aunque si en su modo de manifestarse. Desde el punto de vista social, una parte del capital sigue revistiendo la forma de mercanc�as almacenadas mientras la mercanc�a no entre en el consumo productivo o individual. El propio productor procura formar un stock de mercanc�as correspondiente a su demanda media, para no depender directamente de la producci�n y asegurarse constante clientela. Se establecen plazos de compra en consonancia con los per�odos de producci�n y las mercanc�as se almacenan durante un tiempo m�s o menos largo, hasta que pueden reponerse con nuevos ejemplares de la misma clase. Y este almacenamiento asegura la persistencia y continuidad del proceso de circulaci�n y, por tanto, del proceso de reproducci�n, que forma parte de aqu�l. valencia Girls La diferencia entre el tiempo de producci�n y el tiempo de trabajo resalta con especial claridad en la agricultura. En nuestros climas templados, la tierra da una cosecha de trigo cada a�o. El per�odo de producci�n (que para las siembras de invierno dura generalmente nueve meses) puede acortarse o alargarse seg�n la alternativa entre las buenas y las malas cosechas, raz�n por la cual no puede pre�venirse ni controlarse de antemano como en la producci�n estricta�mente industrial. S�lo los productos accesorios de la agricultura, tales como la leche, el queso, etc., son susceptibles de ser produ�cidos y vendidos continuamente en per�odos m�s cortos. En cambio, el problema del tiempo de trabajo se plantea en los siguientes t�r�minos: "El n�mero de jornadas de trabajo puede establecerse en las siguientes regiones de Alemania del siguiente modo, teniendo en cuenta las condiciones clim�ticas y los dem�s factores, con vistas a los tres per�odos principales de trabajo: para el per�odo de primavera, que ya de fines de marzo o comienzos de abril a mediados de mayo, de 50 a 60; para el per�odo de verano, desde comienzos de junio hasta fines de agosto, de 65 a 80; para el per�odo de oto�o, com�prendido entre comienzos de septiembre hasta fines de octubre o mediados o fines de noviembre, de 55 a 75 jornadas de trabajo. Respecto al invierno, s�lo pueden se�alarse las faenas propias de esta �poca, tales como las de estercoleo, transporte de madera, trans�porte al mercado, trabajos de construcci�n, etc." (F. Kirchhof, Handbuch der landwirschatflichen Betriebslehre. Dessau, 1852, p. 160.) Fotografos para escorts Existe, sin embargo, cierta diferencia entre los gastos originados por la contabilidad o por el empleo improductivo del tiempo de trabajo, de una parte, y los que, de otra parte, origina el tiempo consagrado exclusivamente a comprar y vender. Estos responden simplemente a la forma social concreta del proceso de producci�n, a su car�cter de proceso de producci�n de mercanc�as. La contabilidad, en cambio, como control y compendio ideal del proceso, es m�s necesaria cuanto m�s car�cter social adquiere este proceso y m�s pierde su car�cter puramente individual; es m�s necesaria, por tanto, en la producci�n capitalista que en la producci�n desperdigada de las empresas artesanales y campesinas, y m�s necesaria todav�a en una producci�n de tipo colectivo que en la producci�n capitalista. Sin embargo, los gastos de la contabilidad se reducen a medida que se concentra la producci�n y aqu�lla se va convirtiendo en una contabilidad social. Escorts Bilbao En realidad, el fondo de reserva en dinero s�lo cubre la parte m�nima del capital necesario para hacer frente a estas atenciones. La parte m�s importante se obtiene ampliando la escala de la misma producci�n; unas veces, esto representa una verdadera ampliaci�n y otras veces forma parte del volumen normal de las ramas de producci�n que producen el capital fijo. As�, por ejemplo, una f�brica de maquinaria tendr� en cuenta que las f�bricas aumentar�n todos los a�os su clientela y, adem�s, que una parte d� ellas necesitar� someterse constantemente a una reproducci�n total o parcial. Prostitutas de lujo en Tarragona El supuesto de que partimos es el de que todo el capital desembolsado pasa siempre, en bloque, de una de sus fases a la otra y de que, por tanto, aqu� el producto en mercanc�as de P encierra el valor total del capital productivo P = 422 libras esterlinas + la plusval�a creada durante el proceso de producci�n = 78 libras esterlinas. En nuestro ejemplo, en que se trata de un producto discreto en mercanc�as, la plusval�a existe bajo la forma de 1,560 libras de hilo; lo mismo que, si lo calcul�semos sobre la base de 1 libra de hilo, revestir�a la forma de 2,496 onzas de hilo. En cambio, si el producto en mercanc�as fuese, por ejemplo, una m�quina de 500 libras esterlinas y con la misma proporci�n de valor, una parte del valor de esta m�quina equivaldr�a, indudablemente a 78 libras esterlinas, pero estas 78 libras s�lo existir�an dentro de la m�quina en conjunto. La m�quina no podr�a dividirse en valor capital y plusval�a sin hacerla pedazos, destruyendo con ello su utilidad y, por tanto, su valor. Por consiguiente, esas dos partes integrantes del valor s�lo pueden representarse idealmente como partes integrantes de la materialidad de la mercanc�a y no como elementos independientes de la mercanc�a M�, al modo como cada libra de hilo puede representarse como un elemento separable y una mercanc�a independiente dentro de las 10,000 libras. En el primer caso, hay que vender �ntegramente la mercanc�a global, el capital-mercanc�as, la m�quina, para que pueda iniciar su �rbita propia de circulaci�n. En cambio, si el capitalista vende 8,440 libras de hilo, la venta de las 1,560 libras restantes constituir� una circulaci�n totalmente aparte de la plusval�a con arreglo a la forma m (1,560 libras de hilo)-d (78 libras esterlinas) = M (art�culos de consumo). Pero los elementos de valor de cada parte al�cuota del producto hilo de 10,000 libras pueden representarse en partes del producto, exactamente lo mismo que en el producto en su totalidad. Del mismo modo que estas 10,000 libras de hilo se pueden dividir en valor del capital constante (c), 7,440 libras de hilo con un valor de 372 libras esterlinas, valor del capital variable (v), 1,000 libras de hilo con un valor de 50 libras esterlinas, y plusval�a (p), 1,560 libras de hilo equivalente a 78 libras esterlinas, cada libra de hilo puede dividirse en c = 11,904 onzas con un valor de 8,928 peniques, v = 1,600 onzas de hilo con un valor de 1,200 peniques y p = 2,496 onzas de hilo con un valor de 1,872 peniques. El capitalista podr�a tambi�n, conforme fuese realizando, en ventas sucesivas, las 10,000 libras de hilo, ir consumiendo sucesivamente los elementos de plusval�a contenidos en las porciones sucesivas de la mercanc�a, realizando de este modo, tambi�n sucesivamente, la suma de c + v. Pero esta operaci�n supone igualmente, en �ltimo t�rmino, la venta total de las 10,000 libras de hilo y, por tanto, la reposici�n del valor de c y v mediante la venta de 8,440 libras (libro I, cap. VII, pp. 179-182). relax de lujo en Madrid
El desgaste (prescindiendo del desgaste apreciativo) es la parte de valor que el capital fijo va transfiriendo gradualmente al producto mediante su funcionamiento y que aumenta, por t�rmino medio, en la misma medida en que aqu�l pierde su valor de uso. azafata barcelona del mismo modo que el tiempo que un obrero invierte para comprar sus medios de vida representa tiempo perdido. Hay, sin embargo, una clase de gastos que tienen demasiada importancia para que no tratemos de ellos aqu�, siquiera sea brevemente. prostituta espa�ola
Saber lat�n.
Como unidad, dentro de sus ciclos, como valor en marcha, sea dentro de la �rbita de la producci�n o dentro de las dos fases que forman la �rbita de la circulaci�n, el capital s�lo existe idealmente bajo la forma de dinero aritm�tico, de momento solamente en la cabeza del productor, capitalista o no, de mercanc�as. La contabilidad, que incluye tambi�n la fijaci�n o el c�lculo de los precios de las mercanc�as, establece y controla este movimiento. El movimiento de la producci�n y sobre todo el de la valorizaci�n -en que las mercanc�as s�lo figuran como exponentes de valor, como nombres de cosas cuya existencia ideal de valor se fija en dinero aritm�tico-, se refleja de este modo en la idea por medio de una imagen simb�lica. Mientras el productor individual de mercanc�as lleva la contabilidad en su cabeza (como hace, por ejemplo, el campesino, hasta que la agricultura capitalista hace que surja el empresario agr�cola, con una contabilidad organizada) o se limita a registrar en un libro los gastos, los ingresos, los vencimientos, etc., de pasada, el margen del tiempo de producci�n, es evidente que esta funci�n y los instrumentos de trabajo que requiere, el papel, etc., representan un consumo adicional de tiempo e instrumentos de trabajo, que, aunque necesarios, suponen una merma tanto del tiempo que puede emplear productivamente como de los instrumentos de trabajo aplicados al verdadero proceso de producci�n, a la creaci�n de un producto y de un valor.3 La naturaleza de la propia funci�n no cambia ni por el volumen que adquiere al concentrarse en manos del productor capitalista de mercanc�as, dejando de ser la funci�n de muchos peque�os productores de mercanc�as para convertirse en funci�n de un capitalista, vinculada a un proceso de producci�n en gran escala, ni por el hecho de desglosarse de las funciones productivas, de las que era accesorio, para pasar a ser, adquiriendo existencia independiente, la funci�n espec�fica de determinados agentes a quienes est� exclusivamente encomendada. http://www.eclipsesexual.com Ahora bien, la funci�n de M' es la propia todo producto que constituye una mercanc�a: convertirse en dinero, venderse, recorrer la fase de circulaci�n M-D. Mientras el capital ya valorizado persiste en su forma de capital-mercanc�as, mientras permanece inm�vil en el mercado, el proceso de producci�n se paraliza. El capital no funciona ni como creador de productos ni como creador de valor. Seg�n el diverso grado de rapidez con que abandone su forma de mercanc�as y revista su forma de dinero, o sea, seg�n la celeridad de las ventas, el mismo valor-capital actuar� en grado muy desigual como creador de productos y de valor y aumentar� o disminuir� la escala de la reproducci�n. En el libro I hemos visto c�mo el grado de acci�n de un capital dado depende de potencias del proceso de producci�n independientes, hasta cierto punto, de su propia magnitud de valor. Aqu�, vemos que el proceso de circulaci�n pone en acci�n nuevas potencias de su grado de eficiencia, de su expansi�n y contracci�n, independientes de la magnitud de valor del capital. chica compa�ia barcelona "La masa de la riqueza realmente acumulada, considerada en cuanto a su volumen,... es, pues, absolutamente insignificante s� se la compara con las fuerzas productivas de la sociedad a la que pertenece, cualquiera que sea su grado de civilizaci�n, o aunque s�lo se la compare con el consumo real de esta misma sociedad durante unos pocos a�os; tan insignificante, que la atenci�n fundamental de los legisladores y de los economistas hubo de dirigirse a las fuerzas productivas y a su futuro libre desarrollo, y no, como hasta entonces, a la mera riqueza acumulada que salta a la vista. La inmensa mayor�a de la que se llama riqueza acumulada es puramente nominal y no se halla formada por objetos materiales, barcos, casas, g�neros de algod�n, mejoras en la tierra, etc., sino por simples t�tulos jur�dicos, por el derecho a participar en las fuerzas productivas anuales futuras de la sociedad, t�tulos creados y perpetuados por expedientes o instituciones de un estado de inseguridad... El empleo de tales art�culos (acumulaciones de objetos materiales o de riquezas real) como simple medio de que sus poseedores se valen para apropiarse la riqueza que crear�n las fuerzas productivas futuras de la sociedad, se lo han ido sustrayendo gradualmente las leyes naturales de la distribuci�n sin la acci�n de la violencia; apoyado por el trabajo cooperativo (co-operative labour), se les sustraer�a en unos cuantos a�os" (William Thompson, Inquiry into the Principles of the Distribution of Wealth, Londres, 1850, p. 453. La primera edici�n de esta obra vio la luz en 1824). madrid acompa�ante Un sencillo ejemplo geom�trico nos aclarar� esto. Para determinar y comparar las �reas de dos pol�gonos hay que convertirlas previa�mente en tri�ngulos. Luego, los tri�ngulos se reducen, a su vez, a una expresi�n completamente distinta de su figura visible: la mitad del producto de su base por su altura. Exactamente lo mismo ocurre con los valores de cambio de las mercanc�as: hay que reducirlos necesariamente a un algo com�n respecto al cual representen un m�s o un menos. Relax Barcelona Por tanto, un valor de uso, un bien, s�lo encierra un valor por ser encarnaci�n o materializaci�n del trabajo humano abstracto. �C�mo se mide la magnitud de este valor? Por la cantidad de "sus�tancia creadora de valor", es decir, de trabajo, que encierra. Y, a su vez, la cantidad de trabajo que encierra se mide por el tiempo de su duraci�n, y el tiempo de trabajo, tiene, finalmente, su unidad de medida en las distintas fracciones de tiempo: horas, d�as, etc. www.girlsmarbella.com Para este cerebro hereditario de capitalista escoc�s, el valor de los medios de producci�n, husos, etc., se confunde hasta tal punto con su condici�n de capital, con su propiedad de valorizarse a s� mismos, de engullir diariamente una determinada cantidad de trabajo ajeno gratis, que el jefe de la casa Carlile & Co. cree a pie juntillas que, en caso de vender su f�brica, le abonar�n, no solamente el valor de los husos, sino adem�s su rendimiento; no s�lo el trabajo encerrado en ellos y que es necesario para la producci�n de otros husos de la misma clase, sino tambi�n el trabajo excedente que le ayuda a arrancar d�a tras d�a a los honrados escoceses de Paysley. As� se explica que interprete la reducci�n de la jornada de trabajo en dos horas como una disminuci�n del precio de venta de su maquinaria, reducci�n que convierte a cada 12 m�quinas de hilar en 10. escorts Las dos formas anteriores expresaban el valor de una determinada mercanc�a, la primera en una mercanc�a concreta distinta de ella, la segunda en una serie de diversas mercanc�as. Tanto en uno como en otro caso era, por decirlo as�, incumbencia privativa de cada mercanc�a el darse una forma de valor, cometido suyo, que realizaba sin la cooperaci�n de las dem�s mercanc�as; �stas limit�banse a desem�pe�ar respecto a ella el papel puramente pasivo de equivalentes. No ocurre as� con la forma general de valor, que brota por obra com�n del mundo todo de las mercanc�as. Una mercanc�a s�lo puede cobrar expresi�n general de valor s� al propio tiempo las dem�s expresan todas su valor en el mismo equivalente, y cada nueva clase de mer�canc�as que aparece tiene necesariamente que seguir el mismo camino. Esto revela que la materializaci�n del valor de las mercanc�as, por ser la mera "existencia social" de estos objetos, s�lo puede expresarse mediante su relaci�n social con todos los dem�s; que por tanto su forma de valor, ha de ser, necesariamente, una forma que rija socialmente.


La forma general del valor, forma que presenta los productos del trabajo como simples cristalizaciones de trabajo humano indistinto; demuestra por su propia estructura que es la expresi�n social del mundo de las mercanc�as. Y revela al mismo tiempo que, dentro de este mundo, es el car�cter general y humano del trabajo el que forma su car�cter espec�ficamente social. masajes madrid Pero no productos de un trabajo real y concreto. Al prescindir de su valor de uso, prescindimos tambi�n de los elementos materiales y de las formas que los convierten en tal valor de uso. Dejar�n de ser una mesa, una casa, una madeja de hilo o un objeto �til cualquiera. Todas sus propiedades materiales se habr�n evaporado. Dejar�n de ser tambi�n productos del trabajo del ebanista, del carpintero, del tejedor o de otro trabajo productivo concreto cualquiera. Con el car�cter �til de los productos del trabajo, desaparecer� el car�cter �til de los trabajos que representan y desaparecer�n tambi�n, por tanto, las diversas formas concretas de estos trabajos, que dejar�n de dis�tinguirse unos de otros para reducirse todos ellos al mismo trabajo humano, al trabajo humano abstracto. Acompa�antes Barcelona Enrique VIII, 1530: Los mendigos viejos e incapacitados para el trabajo deber�n proveerse de licencia para mendigar. Para los vagabundos j�venes y fuertes, azotes y reclusi�n. Se les atar� a la parte trasera de un carro y se les azotar� hasta que la sangre mane de su cuerpo, devolvi�ndolos luego, bajo juramento, a su pueblo natal o al sitio en que hayan residido durante los �ltimos tres a�os, para que "se pongan a trabajar" (to put himself to labour). �Qu� iron�a tan cruel! El 27 Enrique VIII36 reitera el estatuto anterior, pero con nuevas adiciones, que lo hacen todav�a m�s riguroso. En caso de reincidencia y vagabundaje, deber� azotarse de nuevo al culpable y cortarle media oreja: a la tercera vez que se le sorprenda, se le ahorcar� como criminal peligroso y enemigo de la sociedad. servicios internet barcelona El producto del trabajo es objeto de uso en todos los tipos de sociedad; s�lo en una �poca hist�ricamente dada de progreso, aquella que ve en el trabajo invertido para producir un objeto de uso una propiedad "materializada" de este objeto, o sea su valor, se convierte el producto del trabajo en mercanc�a. De aqu� se desprende que la forma simple del valor de la mercanc�a es al propio tiempo la forma simple de mercanc�a del producto del trabajo; que, por tanto, el desarrollo de la forma de la mercanc�a coincide con el desarrollo de la forma del valor. artes graficas barcelona Deteng�monos ahora en las capas peor pagadas de la clase obrera industrial. En 1862, durante la crisis algodonera, se encarg� al doctor Smith, del Privy Council, de hacer una investigaci�n sobre el estado de nutrici�n de los desmedrados obreros de la industria algodonera de Lancashire y Cheshire. Largos a�os de observaciones la hab�an llevado a la conclusi�n de que, "para evitar las enfermedades nacidas del hambre" (starvation diseases), el alimento diario de una mujer media no deb�a contener menos de 3,900 granos de carbono y 180 granos de nitr�geno, y el de un hombre corriente 4,300 granos de carbono y 200 granos de nitr�geno, como m�nimo y de que el alimento diario de una mujer media deb�a encerrar aproximadamente la sustancia alimenticia que se contiene en dos libras de buen pan de trigo, y el de los hombres 1/9 m�s, debiendo la media semanal de los hombres y mujeres adultos contener, por lo menos, 28,600 granos de carbono y 1,330 granos de nitr�geno. Sus c�lculos vi�ronse pr�cticamente confirmados de modo asombroso, por la coincidencia con la exigua cantidad de alimento a que la miseria hab�a reducido el consumo de los obreros de la industria algodonera. En el mes de diciembre de 1862, estos obreros ingirieron 29,211 granos de carbono y 1,295 granos de nitr�geno a la semana... discotecas en girona Considerada en abstracto, es decir, dejando a un lado todos los hechos que no se derivan de las leyes inmanentes de la circulaci�n simple de mercanc�as, en �sta s�lo se opera, aparte de la sustituci�n de un valor de uso por otro, una metamorfosis, un simple cambio de forma de la mercanc�a. En manos del poseedor de mercanc�as persiste el mismo valor, es decir, la misma cantidad de trabajo social materializado primero en forma de su propia mercanc�a, luego bajo la forma de dinero en que �sta se convierte, y por �ltimo bajo la forma de la mercanc�a en que ese dinero vuelve a invertirse. Pero este cambio de forma no envuelve cambio alguno, en lo que a la magnitud de valor se refiere. Por su parte el cambio que experimenta en este proceso el valor de la mercanc�a se reduce a un cambio de su forma dinero. Esta, que al principio s�lo exist�a en cuanto precio de la mercanc�a puesta en venta, existe luego como suma de dinero, aunque ya expresada antes en el precio de la mercanc�a, y, por �ltimo, como el precio de una mercanc�a equivalente. De suyo, este cambio de forma no entra�a ni el m�s leve cambio en punto a la magnitud del valor, del mismo modo que un billete de cinco libras no aumenta ni disminuye de valor en lo m�s m�nimo al cambiarse por soberanos, medios soberanos y chelines. Por tanto, si la circulaci�n de la mercanc�a s�lo se traduce en un cambio de forma de su valor, su funci�n se reduce, suponiendo que el fen�meno se desarrolle en toda su pureza, a operar un simple cambio de equivalentes. La propia econom�a vulgar, con no sospechar siquiera lo que es el valor, siempre que quiere, a su modo, inves�tigar el fen�meno en toda su pureza, parte del supuesto de que la demanda y la oferta se equilibran, cesando por tanto, en abso�luto, sus efectos. Por consiguiente, s� con relaci�n al valor de uso ambas partes contratantes pueden salir ganando, es imposible que respecto al valor de cambio ganen las dos. Aqu� rige otra norma: "Donde hay equivalencia, no puede haber lucro."19 Cabe, indudablemente, que las mercanc�as se vendan por un precio diver�gente de su valor, pero esta divergencia no es m�s que una trans�gresi�n de la ley del cambio de mercancias.20 En su forma pura, el cambio de mercanc�as es siempre un cambio de equivalentes y, por tanto, no da pie para lucrarse obteniendo m�s valor.21 guia ocio tarragona Acerca de c�mo economizan los capitalistas las condiciones de trabajo en la moderna manufactura (incluyendo en esta categor�a todos los talleres en gran escala, con excepci�n de las verdaderas f�bricas) se encuentran datos oficiales y abundantes en el IV (1863) y en el VI (1864) "Public llealth Report. La descripci�n de los workshops (locales de trabajo), y sobre todo los de los impresores y sastres de Londres, sobrepuja a las m�s repelentes fantas�as de nuestros novelistas. Las consecuencias, por lo que al estado de salud de los operarios se refiere, son evidentes. El Dr. Simon, supremo funcionario m�dico del Privy Council y editor oficial de los "Public Health Reports", dice refiri�ndose a esto: "En mi cuarto informe (1863), he demostrado c�mo es pr�cticamente imposible para los obreros exigir que se les respete su primordial deber de salud, el derecho de que, cualquiera que sea el trabajo en que se les emplee, su patrono evite, en lo que de �l dependa, cuanto, siendo evitable, pueda perjudicar a su salud. He demostrado all� que, mientras los obreros sean pr�cticamente incapaces para imponer por s� mismos esta justicia de la salud, no recibir�n ninguna ayuda eficaz de los encargados de administrar oficialmente la polic�a sanitaria... La vida de mir�adas de obreros y obreras se ve hoy atormentada y acortada por el sufrimiento f�sico inacabable que su mismo trabajo envuelve.170 Y para ilustrar la influencia que los locales de trabajo ejercen sobre la salud, el Dr. Simon da la siguiente lista de mortalidad: wmailbox.com 202 "Por lo que se refiere a las p�rdidas que se originan al comercio por no cumplir puntualmente los encargos en el embarque, recuerdo que �ste era el argu�mento favorito de los fabricantes en los a�os 1832 y 1833. Nada de lo que se pudiera aducir a este prop�sito tendr�a tanta fuerza como entonces, cuando el vapor no hab�a acortado todav�a las distancias, introduciendo nuevas normas en el co�mercio. Al someterla a prueba por aquel entonces. La afirmaci�n no pudo demostrarse, ni podr�a tampoco demostrarse hoy, con seguridad, si se volviera a hacer a prueba." (Reports of Insp. of Fact. 31 st Oct. 1862, pp. 54 y 55.)

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