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Vessel Name: miconato
25 March 2008
10 March 2008
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Caerse del guindo.

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25 March 2008
miconato
Caerse del guindo.
No presentamos opini�n alguna (ojo), sino datos puros. Es como si nos convirti�ramos en una computadora que s�lo hace eso, dar la informaci�n que es requerida. En una reuni�n el l�der puede decir: " Se�ores, es necesario que nos pongamos el sombrero blanco respecto a las fallas que se producen en la l�nea 2" y todos dar�n informaci�n sobre estas fallas, no opiniones, sino datos y hechos. El gran problema que existe es que normalmente pedimos informaci�n del tipo sombrero blanco y recibimos una mezcla de datos con opiniones personales que se cuelan como datos y no podemos distinguir el l�mite entre uno y el otro, lo que le hace perder eficacia. Este es el famoso telefono malogrado que desterraremos con el sombrero blanco. �Y qu� finos instrumentos de observaci�n son nuestros sentidos! El olfato, por ejemplo, del que ning�n fil�sofo ha hablado con veneraci�n y gratitud, es hoy por hoy el instrumento m�s sensible de que disponemos, siendo capaz de captar incluso diferencias m�nimas de movimiento que ni aun el espectroscopio registra. Poseemos hoy ciencia exactamente en la medida en que nos hemos decidido a aceptar el testimonio de los sentidos; en que hemos aprendido a aguzarlos a�n m�s, armarlos, llevarlos a sus �ltimas consecuencias. Todo lo dem�s es chapucer�a y seudociencia, quiere decir, metaf�sica, teolog�a, sicolog�a, teor�a del conocimiento, o bien ciencia formal, ciencia de los signos, como la l�gica y las matem�ticas, esa l�gica aplicada. Ellas no tratan de la realidad, ni siquiera como problema; tampoco de la cuesti�n del valor, de tal convencionalismo de signos, como es la l�gica. La otra condici�n de los fil�sofos no es menos peligrosa; consiste en confundir lo �ltimo con lo primero. Sit�an lo que se presenta al final, �desgraciadamente, pues no debiera presentarse!, los "conceptos m�s elevados", esto es, los m�s generales, los m�s vac�os, el �ltimo humo de la realidad que se evapora, en el comienzo, como comienzo. Se expresa una vez m�s su manera de venerar: seg�n ellos, lo elevado no debe desprenderse de lo bajo, no debe desarrollarse, en fin... Moraleja: todo cuanto es de primer orden ha de ser causa sui. El origen extr�nseco se considera una objeci�n, algo que pone en tela de juicio el valor. Todos los m�s altos valores son de primer orden; todos los conceptos m�s elevados, el Ser, el absoluto, el bien, lo verdadero, lo perfecto; todo esto no puede ser algo posible y, por ende, debe ser causa sui. Mas todo esto tampoco puede ser desigual entre s�, estar en contradicci�n consigo mismo... As� llegan a su estupendo concepto "Dios"... Lo �ltimo, lo m�s abstracto y huero es establecido como lo primero, como causa en s�, como ens realissimum,... �Por qu� la humanidad habr� tomado tan en serio las afecciones cerebrales de sutiles enfermos! �Bien caro lo pag�! ... �Qu� significa la oposici�n: apol�neo-dionis�aco, introducida por m� en la est�tica, valores entendidos como tipos de la embriaguez? La embriaguez apol�nea determina ante todo la excitaci�n de la vista, as� que �sta adquiere el poder de la visi�n. El pintor, el pl�stico y el �pico son visionarios por excelencia. En el estado dionis�aco, en cambio, se halla excitado y exaltado todo el sistema afectivo, que descarga de una vez todos sus medios de expresi�n y manifiesta a un tiempo el poder de representaci�n, reproducci�n, transfiguraci�n y transmutaci�n, toda clase de m�mica e histrionismo. Lo esencial es aqu� la facilidad de la metamorfosis, l� incapacidad para no reaccionar (en forma parecida al caso, de ciertos hist�ricos que tambi�n representan cualquier papel que se les indique). Al hombre dionis�aco le es imposible no entender sugesti�n alguna; no pasa por alto ninguna se�al del afecto; posee en m�ximo grado el instinto de comprensi�n y adivinaci�n, del mismo modo que posee en m�ximo grado el arte de la comunicaci�n. Se mete en cualquier piel, en cualquier afecto; se transforma sin cesar. La m�sica, tal como hoy la entendemos, tambi�n es una excitaci�n y descarga total de los afectos, no obstante ser el residuo de un mundo de expresi�n mucho m�s pleno del afecto, un mero residuum del histrionismo dionis�aco. Con objeto de hacer posible la m�sica como arte particular, se han paralizado un n�mero de sentidos, en particular el sentido de l�s m�sculos (por lo menos, relativamente, pues hasta cierto punto todo ritmo habla todav�a a nuestros m�sculos), de suerte que el hombre ya no imita y representa directamente todo lo que siente. Sin embargo, tal es el estado dionis�aco normal, en todo caso el estado primario, la m�sica es la especificaci�n poco a poco alcanzada del mismo a expensas de las facultades inmediatamente afines. El actor, el mimo, el danzar�n, el m�sico y el l�rico son �ntimamente afines en sus instintos y esencialmente id�nticos, aunque poco a poco se hayan especializado y diferenciado entre s�, llegando incluso al extremo de la contradicci�n. El l�rico con quien durante m�s tiempo estuvo identificado fue con el m�sico, el actor, con el danzar�n. El arquitecto no representa ni un estado dionis�aco ni uno apol�neo; en �l lo que tiende al arte es el gran acto volitivo, la voluntad que mueve monta�as, la embriaguez de la voluntad portentosa. Siempre los hombres m�s poderosos han inspirado a los arquitectos; en todos los tiempos el arquitecto ha experimentado la sugesti�n del poder. La obra de arquitectura, la construcci�n, debe documentar el orgullo, el triunfo sobre la pesantez, la voluntad de poder; es la arquitectura una especie de elocuencia del poder a trav�s de las formas, ora persuasiva, y aun insinuante, ora simplemente autoritaria. El m�ximo sentimiento de poder y seguridad se expresa en aquello que tiene gran estilo. El poder que ya no necesita de pruebas; que desde�a agradar; que es tardo en responder; que no sabe de testigos; que vive ajeno al hecho de posibles objeciones; que reposa en s� mismo, fatalista, ley entre leyes, habla de s� como gran estilo. He le�do la biograf�a de Thomas Carlyle, esta farsa inconsciente e involuntaria, esta interpretaci�n heroico-moral de estados disp�psicos. Carlyle, un hombre de palabras y actitudes enf�ticas, un reto forzoso acuciado en todo momento por el anhelo de una fe ardiente y el sentimiento de no estar capacitado para ella (�en esto, un rom�tico t�pico!). El anhelo de una fe ardiente no es la prueba de una fe ardiente, sino todo lo contrario. Quien la tiene, puede permitirse el hermoso lujo del escepticismo; es lo suficientemente seguro, s�lido y firme para ello. Carlyle aturde algo en s� por el fortissimo de su veneraci�n por los hombres de la fe ardiente y por su rabia con los que no son tan ingenuos; precisa el barullo. Una constante y apasionada falta de probidad consigo mismo, he aqu� su propium, aquello por lo cual es y seguir� siendo interesante. En Inglaterra, por cierto, lo admiran precisamente por su probidad... Y como esto es ingl�s y los ingleses son el pueblo del cant cien por cien, resulta no s�lo natural, sino explicable. En el fondo, Carlyle es un ateo ingl�s que se precia de no serlo. Goethe no fue un acontecimiento alem�n, sino un acontecimiento europeo: una grandiosa tentativa de superar al siglo XVIII por el retorno a la Naturaleza, por la elevaci�n hacia la naturalidad del Renacimiento, una especie de autosuperaci�n de parte de este siglo. Llev� en s� los instintos m�s fuertes del mismo la sensibilidad emocionada, la idolatr�a de la Naturaleza, lo antihist�rico, lo idealista, lo antirrealista y revolucionario (lo �ltimo no es m�s que una forma de lo antirrealista). Se vali� de la historia, las ciencias naturales, la antig�edad y tambi�n de Spinoza, sobre todo de la actividad pr�ctica; se cerc� con horizontes cerrados; no se deslig� de la vida, sino que se situ� dentro de ella; no se arredr� y carg� con todo lo que pod�a, coloc� por encima de s� todo lo que pod�a, absorbi� todo lo que pod�a. Aspir� a la totalidad; combati� la separaci�n de la raz�n, la sensualidad, el sentimiento y la voluntad (predicada con la m�s repelente escol�stica por Kant, el ant�poda de Goethe) ; a fuerza de disciplina hizo de s� un todo; se plasm� a s� mismo... En plena �poca de corrientes antirrealistas, Goethe fue un realista convencido dec�a s� a todo lo que en este punto acusaba afinidad con �l; su experiencia m�s grande fue ese ens realissimum de nombre Napole�n. Concibi� Goethe a un hombre fuerte, muy culto, diestro en todas las actividades f�sicas, due�o de s� mismo, reverente ante s� mismo, que tiene derecho a permitirse todo el volumen y riqueza de la naturalidad; que es lo suficientemente fuerte para disfrutar de libertad semejante; al hombre de la tolerancia, no por debilidad, sino por fuerza, porque sabe sacar provecho aun de aquello que significar�a la ruina del hombre com�n; al hombre para el que ya no hay nada prohibido, como no sea la debilidad, se llame vicio o virtud... Tal esp�ritu libertado se sit�a dentro de los cosmos con un fatalismo sereno y confiado, pose�do por la idea de que s�lo lo particular es ruin y malo y que en el Todo se redimen y Afirman todas las cosas; ya no niega... Mas tal fe es la m�s elevada) que pueda concebirse; la he bautizado con el nombre de Dionisos. Pudiera decirse que en cierto sentido el siglo XIX tambi�n ha aspirado a todo aquello a que aspir� Goethe como persona: a la universalidad en la comprensi�n, en la afirmaci�n; al estar abierto a todas las cosas; a un realismo audaz, y al respeto reverente por todo lo existente. �C�mo el resultado total no es, a pesar de ello, un Goethe, sino el caos, la lamentaci�n nihilista, un desconcierto extremo, un instinto del cansancio que en la pr�ctica impulsa constantemente a retornar al siglo XVIII (por ejemplo, como romanticismo sensiblero, como altruismo e hipersentimentalismo, como afeminaci�n en el gusto, como socialismo en la pol�tica). �No es el siglo xix, sobre todo en sus postrimer�as, mero siglo xviii robustecido, vulgarizado; esto es, un siglo de d�cadence? �De modo que Goethe ser�a para Alemania y para Europa apenas un incidente, un hermoso en vano? Pero a los grandes hombres se los entiende mal si se los enfoca bajo el �ngulo mezquino de la utilidad p�blica. Que no se sepa sacar provecho de ellos acaso sea propiedad esencial de la grandeza... Goethe es el �ltimo alem�n que me inspira veneraci�n; �l hubiera sentido tres cosas que yo siento; tambi�n estamos de acuerdo sobre la "Cruz"... Se me pregunta por qu� escribo en alem�n, toda vez que en ninguna parte me leen tan mal como en mi patria. Pero �qui�n sabe, en definitiva, si yo deseo ser le�do hoy d�a? Crear cosas en las que el tiempo trate de hincar el diente; aspirar en la forma, en la sustancia, a una peque�a inmortalidad, nunca he sido bastante modesto para exigirme menos. El aforismo y la senten-cia (yo soy el primer alem�n que es maestro en este dominio) son las formas de la "eternidad"; ambiciono decir en diez frases lo que otro cualquiera dice en un libro, lo que otro cualquiera no dice en un libro... Para terminar, quiero decir algunas palabras sobre ese mundo al que he buscado accesos y al que he encontrado tal vez un acceso nuevo: el mundo antiguo. Tambi�n aqu� mi gusto, que es acaso lo contrario de un gusto transigente, est� lejos de decir s� abiertamente; en un plan general, no le agrada decir s�, le agrada m�s decir no, de preferencia no dice nada... Reza esto para culturas enteras, para los libros antiguos que cuentan en mi vida y los m�s famosos no figuran entre ellos. Mi sentido del estilo, del epigrama como estilo, se despert� casi instant�neamente al contacto con Salustio. No he olvidado el estupor de mi venerado maestro Corssen al tener que dar al peor alumno de su clase de lat�n la mejor nota; llegu� de golpe a la meta. Prieto, severo, con la m�xima cantidad de sustancia en el fondo y una fr�a malicia hacia la "palabra sonora", tambi�n hacia el "sentimiento sublime"; en esto me adivin� a m� mismo. Se reconocer� en mis escritos, hasta en el Zaratustra, una ambici�n muy seria de estilo romano, del "aereperennius" en el estilo. Lo mismo me pas� al primer contacto con Horacio. Hasta el d�a presente ning�n poeta me ha deparado ese arrobo art�stico que me brindaron las odas horacianas. Lenguas hay en que no puede ni siquiera aspirarse a lo que aqu� est� alcanzado. Este mosaico de palabras, donde cada palabra, como sonido, lugar y concepto, se desborda irradiando hacia la derecha y la izquierda y por sobre el todo su fuerza; este minimum en volumen y n�mero de los signos; este maximum en energ�a de los signos as� logrado-todo esto es romano y, si se quiere darme cr�dito, aristocr�tica por excelencia. Frente a esto, toda la dem�s poes�a aparece como algo demasiado popular-como mera locuacidad l�rica...
Hacer algo por narices.
Una parte de los medios de trabajo, incluyendo en ella las condiciones generales de trabajo, se incorpora y adhiere unas veces localmente, al entrar como medio de trabajo en el proceso de producci�n o al ponerse en acci�n para realizar la funci�n productiva, como ocurre, por ejemplo, con las m�quinas. Otras veces, se produce de antemano bajo esta forma vinculada localmente, como sucede, v. gr., con las mejoras de la tierra, los edificios fabriles, los altos hornos, los canales, los ferrocarriles, etc. La vinculaci�n constante del medio de trabajo al proceso de producci�n dentro del cual debe actuar se halla condicionado aqu�, al mismo tiempo, por su modalidad material. Y, por otra parte, puede ocurrir que un medio de trabajo cambie f�sicamente de lugar a cada paso y, sin embargo, se encuentre constantemente dentro del proceso de producci�n, que es el caso de las locomotoras, los barcos, el ganado de labor, etc. La inmovilidad no le da, en un caso, el car�cter del capital fijo ni la movilidad se lo quita en el otro. Sin embargo, el hecho de que los medios de trabajo se hallen vinculados localmente, adheridos con sus ra�ces a la tierra, asigna a esta parte del capital fijo una funci�n especial en la econom�a de las naciones. Estos objetos no pueden ser enviados al extranjero ni circular como mercanc�as en el mercado mundial. Los t�tulos de propiedad sobre este capital fijo pueden cambiar de mano, comprarse y venderse y circular, as�, de un modo ideal. Puede incluso, ocurrir que estos t�tulos de propiedad circulen en mercados extranjeros, por ejemplo en forma de acciones. Pero el cambio de las personas propietarias de este tipo de capital fijo no hace cambiar la proporci�n existente entre la parte materialmente fija de la riqueza de un pa�s y su parte m�vil.2 Chicas compa��a Barcelona S� el producto total mercanc�as puede descomponerse en produc�tos parciales homog�neos con existencia independiente, como por ejemplo, nuestras 10,000 libras de hilo; si por tanto, el acto M'-D' puede representar una suma de ventas efectuadas sucesivamente, el valor-cap�tal que reviste forma de mercanc�as podr� operar como M, desligarse de M' antes de que se realice la plusval�a, y, por tanto, antes de, que se realice M' en su totalidad. Chicas compa��a BCN Quiz� conozca yo a los alemanes; quiz� hasta tenga derecho a decirles cuatro verdades. La nueva Alemania representa una gran cantidad de capacidad ing�nita y desarrollada; as� que por un tiempo le es dable gastar, y aun derrochar, el caudal acumulado de fuerza. No ha llegado a prevalecer, con ella, una cultura elevada, y menos un gusto exquisito, una "belleza" aristocr�tica de los instintos; s�, virtudes m�s viriles que en ning�n otro pa�s de Europa. Hay mucha gallard�a y orgullo, mu�cho aplomo en el trato, en la reciprocidad de los debe�res, mucha laboriosidad, mucha perseverancia; y una moderaci�n ing�nita que necesita, antes que del freno, del aguij�n. Por lo dem�s, en Alemania se obedece todav�a, sin que la obediencia implique una humilla�ci�n... Y nadie desprecia a su adversario... Chicas compa��a Pero volvamos atr�s. Una autocontradicci�n como la que parece manifestarse en el asceta, �vida contra vida�, es --esto se halla claro por lo pronto--, considerada fisiol�gica y ya no psicol�gicamente, un puro sinsentido. Esa autocon�tradicci�n no puede ser m�s que aparente; tiene que ser una especie de expresi�n provisional, una interpretaci�n, una f�rmula, un arreglo, un malentendido psicol�gico de algo cuya aut�ntica naturaleza no pudo ser entendida, no pudo ser designada en s� durante mucho tiempo, -- una mera pa�labra, encajada en una vieja brecha del conocimiento hu�mano. Y para contraponer a ella brevemente la realidad de los hechos, digamos: el ideal asc�tico nace del instinto de protecci�n y de salud de una vida que degenera, la cual pro�cura conservarse con todos los medios, y lucha por conser�varse; es indicio de una paralizaci�n y extenuaci�n fisiol�gica parciales, contra las cuales combaten constantemente, con nuevos medios e invenciones, los instintos m�s profun�dos de la vida, que permanecen intactos. El ideal asc�tico es ese medio: ocurre, por tanto, lo contrario de lo que piensan sus adoradores, -- en �l y a trav�s de �l la vida lucha con la muerte y contra la muerte, el ideal asc�tico es una estratage�ma en la conservaci�n de la vida. En el hecho de que ese mismo ideal haya podido dominar sobre el hombre y ense��orearse de �l en la medida que nos ense�a la historia, espe�cialmente en todos aquellos lugares en que triunfaron la ci�vilizaci�n y la domesticaci�n del hombre, se expresa una gran realidad, la condici�n enfermiza del tipo de hombre habido hasta ahora, al menos del hombre domesticado, se expresa la lucha fisiol�gica del hombre con la muerte (m�s exactamente: con el hast�o de la vida, con el cansancio, con el deseo del �final�). El sacerdote asc�tico es la encarnaci�n del deseo de ser--de--otro--modo, de estar--en--otro--lugar, es en verdad el grado sumo de ese deseo, la aut�ntica vehe�mencia y pasi�n del mismo; pero justo el poder de su desear es el grillete que aqu� lo ata, justo con ello el sacerdote asc�tico se convierte en el instrumento cuya obligaci�n es traba�jar a fin de crear condiciones m�s favorables para el ser�aqu� y ser--hombre, justo con este poder el sacerdote asc�ti�co mantiene sujeto a la existencia a todo el reba�o de los mal constituidos, destemplados, frustrados, lisiados, pacientes�de--s� de toda �ndole, yendo instintivamente delante de ellos como pastor. Ya se me entiende: este sacerdote asc�tico, este presunto enemigo de la vida, este negador, -- precisamente �l pertenece a las grandes potencias conservadoras y creadoras de s�es de la vida... �De qu� depende aquella condici�n en�fermiza? Pues el hombre est� m�s enfermo, es m�s insegu�ro, m�s alterable, m�s indeterminado que ning�n otro ani�mal, no hay duda de ello, -- �l es el animal enfermo: �de d�n�de procede esto? Es verdad que tambi�n �l ha osado, innovado, desafiado, afrontado el destino m�s que todos los dem�s animales juntos: �l, el gran experimentador con�sigo mismo, el insatisfecho, insaciado, el que disputa el do�minio �ltimo a animales, naturaleza y dioses, -- �l, el siem�pre invicto todav�a, el eternamente futuro, el que no en�cuentra ya reposo alguno ante su propia fuerza acosante, de modo que su futuro le roe implacablemente, como un agui�j�n en la carne de todo presente: -- �c�mo este valiente y rico animal no iba a ser tambi�n el m�s expuesto al peligro, el m�s duradero y hondamente enfermo entre todos los animales enfermos?... Muy a menudo el hombre se harta, hay epide�mias enteras de ese estar--harto (-- as�, hacia 1348, en la �poca de la danza de la muerte): pero aun esa n�usea, ese cansancio, ese hast�o de s� mismo -- todo aparece tan poderoso en �l, que en seguida vuelve a convertirse en un nuevo grillete. El no que el hombre dice a la vida saca a la luz, como por arte de magia, una muchedumbre de s�es m�s delicados; m�s a�n, cuando se produce una herida a s� mismo este maestro de la destrucci�n, de la autodestrucci�n, -- a continuaci�n es la herida misma la que le constri�e a vivir... Escorts en Barcelona
Mi concepto del genio. Los grandes hombres, como las grandes �pocas, son explosivos donde est� acumu�lado un poder tremendo; su prop�sito es siempre, en el orden hist�rico y el fisiol�gico, que durante largo tiempo se haya concentrado, acumulado, ahorrado y preservado con miras a ellos; que durante largo tiem�po no haya ocurrido ninguna explosi�n. Cuando la tensi�n en la masa se ha hecho excesiva, basta el est�mulo m�s casual para producir el "genio", la "mag�na realizaci�n", el gran destino. �Qu� importa enton�ces el ambiente, la �poca, el "esp�ritu de la �poca", la "opini�n p�blica"! Veamos el caso de Napole�n. La Francia de la Revoluci�n, y sobre todo la de antes de la Revoluci�n, hubiera producido el tipo opuesto al de Napole�n; y lo produjo, en efecto. Y porque Napole�n fue diferente, heredero de una civilizaci�n m�s fuerte, m�s larga, m�s antigua que aquella que se ven�a abajo en Francia, lleg� a ser amo, fue �nica�mente el amo. Los grandes hombres son necesarios, la �poca en que se presentan es accidental; el que casi siempre lleguen a dominarla depende s�lo de que sean m�s fuertes, m�s antiguos; de que durante m�s tiempo se hayan concentrado y acumulado con alg�n prop�sito. Entre un genio y su �poca existe una rela�ci�n como entre lo fuerte y lo d�bil, tambi�n como entre lo viejo y lo joven; la �poca siempre es relativamente mucho m�s joven, floja, falta de madurez, falta de seguridad, infantil. Que prevalezca ahora en Francia una noci�n muy diferente sobre este asunto (tambi�n en Alemania, pero no importa); que all� la teor�a del milieu, una verdadera teor�a de neur�ticos, haya llegado a ser sacrosanta y casi cient�fica, acep�tada hasta por los fisi�logos, "huele mal" e invita pensamientos melanc�licos. Tampoco en Inglaterra se piensa sobre el particular; pero nadie se aflija. Al in�gl�s le est�n abiertos tan s�lo dos caminos: enten�d�rselas con el genio y "gran hombre", ya sea demo�cr�ticamente, al modo de Buckle, o religiosamente, al modo de Carlyle. Madrid relax La rotaci�n presupone la reproducci�n como apoderada por medio de la circulaci�n, es decir, Por medio de la venta del producto, por medio de su transformaci�n en dinero y de la reversi�n de �ste a sus elementos de producci�n. Pero, tan pronto como una parte de su propio producto vuelve a servir directamente al productor capi�talista como medio de producci�n, el productor figura como vende�dor del mismo y como su propio comprador, y as� asienta la ope�raci�n en sus libros de contabilidad. En tales casos, esta parte de la reproducci�n no se realiza por medio de la circulaci�n, sino direc�tamente. Sin embargo, la parte del producto que vuelve a funcionar as� como medio de producci�n repone capital circulante y no capital fijo siempre y cuando que: 1� su valor se incorpore �ntegramente al producto, y 2� sea repuesto a su vez en especie por un nuevo ejemplar del nuevo producto. Scorts en valencia La labor de preparaci�n del manuscrito del tercer libro, en la que he tropezado con dificultades completamente inesperadas, est� a punto de terminar. Si gozo de salud, este volumen podr� ser entregado a la imprenta en el pr�ximo oto�o. Escorts lujo Madrid Existe entre las fases M - D y D - M una diferencia que no guarda relaci�n alguna con la diversidad de forma entre la mercanc�a y el dinero, sino que responde al car�cter capitalista de la producci�n. De por si, tanto M - D como D - M son simples trasposiciones de un valor dado de una forma a otra. Sin embargo, M' - D' representa, al mismo tiempo, la realizaci�n de la plusval�a contenida en D'. No ocurre as� en D - M. Por eso la venta es m�s importante que la compra. D - M es, en condiciones normales, un acto necesario para la valorizaci�n del valor expresado en D, pero no es nunca realizaci�n de plusval�a. Encauza su producci�n, pero no contribuye a ella. Relax en Castilla Leon - Castilla la Mancha En las fases a�n incipientes de la sociedad capitalista, las empre�sas que requieren un largo periodo de trabajo, y por tanto una gran inversi�n de capital para mucho tiempo, sobre todo cuando las obras s�lo pueden ejecutarse en gran escala, no pueden llevarse a cabo, como ocurre, por ejemplo, con los canales las carreteras, etc., m�s que al margen del capitalismo, a costa del municipio o del Estado (en tiempos antiguos, en lo que a la fuerza de trabajo se refiere, casi siempre en forma de trabajos forzados). Otras veces, los productos cuya elaboraci�n exige un largo per�odo de trabajo s�lo en una parte peque��sima son fabricados mediante el patrimonio mismo del capitalista. As�, por ejemplo, en la construcci�n de casa, la persona por cuenta de la cual se construye la casa va haciendo anticipos gradualmente al contratista constructor. Es decir, en rea�lidad, va pagando la casa fragmentariamente, a medida que avanza su proceso de producci�n. En cambio, en la era capitalista avanzada, en que se concentran en manos de unos cuantos grandes masas de capital y en que, adem�s, aparece al lado de los capitalistas individuales el capitalista asociado (las sociedades an�nimas), desarroll�n�dose al mismo tiempo el sistema de cr�dito, s�lo en casos excepcio�nales intervienen los contratistas capitalistas de construcciones por cuenta de los particulares. Su negocio consiste en construir bloque de casas y barrios enteros para luego lanzar las casas al mercado, lo mismo que ciertos capitalistas negocian con la construcci�n de ferro�carriles por contrata. Relax y lujo en Madrid En estas condiciones, el primer per�odo de rotaci�n durar� las semanas 1-9. El primer per�odo de trabajo abarcar� las semanas 1-7, con un desembolso de 700 libras esterlinas, y el primer per�odo de circulaci�n las semanas 8-9. Al final de la 9� semana, refluir�n las 700 libras esterlinas en dinero. scort de lujo en Madrid
El primer elemento integrante, seg�n A. Smith el capital fijo reproducido dentro de todos los capitales individuales que operan en esta primera secci�n, queda, evidentemente, excluido y no puede jam�s formar parte de la renta neta del capitalista individual ni de la sociedad. Funciona siempre como capital, nunca como renta. Hasta aqu�, el "capital fijo" de cada capitalista individual no se distingue en nada del capital fijo de la sociedad. Pero los otros elementos de valor del producto anual de la sociedad consisten en medios de producci�n -elementos de valor que existen tambi�n, por consiguiente, en forma de partes al�cuotas de esta masa de medios de producci�n- constituyen, indudablemente, rentas para todos los agentes que intervienen en esta producci�n, salarios para los obreros, ganancias y rentas para los capitalistas. Pero, no constituyen rentas, sino capital para la sociedad, a pesar de que el producto anual de la sociedad s�lo consiste en la suma de los productos de los capitalistas individuales que la forman. En su mayor parte, s�lo queden funcionar, por su propia naturaleza, como medios de producci�n e incluso aquellos que podr�an, en caso necesario, actuar como medios de consumo se hallan destinados a servir de materias primas o materiales auxiliares pata la nueva producci�n. Pero no funcionan como tales -y, por tanto, como capital- en manos de quienes los producen, sino en manos de quienes los emplean, a saber: beso negro d-m representa una serie de compras realizadas por medio del dinero que el capitalista invierte, ya en verdaderas mercanc�as, ya en servicios para el cuidado de su respetable persona o de su familia. Estas compras se efect�an de un modo desperdigado y en diferentes fechas. Por tanto, este dinero existe, temporalmente, en forma de un acopio de dinero destinado al consumo corriente, o sea, de un tesoro, puesto que el dinero, cuando su circulaci�n se interrumpe, asume la forma de tesoro. Su funci�n como medio de circulaci�n, en la que va impl�cita tambi�n su forma transitoria de tesoro, no entra en la circulaci�n del capital bajo su forma de dinero. modelo de compa��a
Nunca se sabe.
Asimismo es evidente que, suponiendo que las dem�s circunstancias no var�en, la magnitud de este capital que queda disponible aumenta al aumentar el volumen del proceso de trabajo o la escala de la producci�n y, por tanto, al desarrollarse la producci�n capitalista. En el caso B, 2, porque aumenta el capital desembolsado; en el caso B, 1, porque, al desarrollarse la producci�n capitalista, aumenta la duraci�n del per�odo circulatorio y tambi�n, por tanto, el per�odo de rotaci�n en los mismos casos que el per�odo de trabajo, sin relaci�n regular entre ambos per�odos. Delicas BCN A. Smith se rebelaba contra la consecuencia obligada de su descomposici�n del valor de la mercanc�a y tambi�n, por tanto, del valor del producto anual de la sociedad, en salario y plusval�a, y, por consiguiente, en simple renta: contra la consecuencia de que, en estas condiciones, todo el producto anual podr�a consumirse. No son nunca los pensadores originales los que sacan las consecuencias absurdas de sus teor�as. Eso lo dejan para los Says y los MacCullochs. girlsbcn "Se tiene poco en cuenta, y la mayor�a de la gente ni siquiera lo sospecha, cu�n extraordinariamente peque�a, lo mismo en cuanto a la masa que en cuanto a la fuerza de acci�n, es la proporci�n existente entre las acumulaciones efectivas de la sociedad y las fuerzas humanas productivas, e incluso entre aqu�llas y el consumo ordinario de una sola generaci�n de hombres en el espacio de pocos a�os. La raz�n de esto salta a la vista, pero el efecto es bastante perjudicial. La riqueza que se consume anualmente desaparece al usarse; s�lo permanece de manifiesto durante un instante y produce impresi�n solamente mientras se la disfruta o se la consume. En cambio, la parte de la riqueza que se va consumiendo lentamente, los muebles, las m�quinas, los edificios, permanecen ante nuestra vista desde la infancia hasta la vejez, como monumentos perdurables del esfuerzo humano. La posesi�n de esta parte fija, permanente de la riqueza p�blica, que se va consumiendo poco a poco -de la tierra y de las materias primas contenidas en ella, de las herramientas con que se trabaja, de los edificios que albergan al hombre durante su trabajo-, permite a los propietarios de estos objetos dominar en provecho propio las fuerzas anuales de producci�n de todos los obreros verdaderamente productivos de la sociedad, por insignificantes que aquellos objetos puedan ser, comparados con los productos constantemente reiterados de este trabajo. La poblaci�n de la Gran Breta�a e Irlanda es de 20 millones; el consumo medio de cada individuo, hombres, mujeres y ni�os, oscila probablemente alrededor de 20 libras esterlinas, lo que hace en conjunto una riqueza de unos 400 millones de libras esterlinas, que es el producto del trabajo consumido anualmente. El importe total del capital acumulado de estos pa�ses no excede, seg�n el censo, de 1,200 millones, o sea, el triple del producto anual del trabajo. Si se dividiese por partes iguales, los habitantes tocar�an a 120 libras esterlinas por cabeza. Aqu�, nos interesa m�s la proporci�n que los resultados absolutos m�s o menos exactos de este c�lculo. Los intereses de este capital en su conjunto bastar�an para mantener a la poblaci�n total, en su nivel actual de vida, durante dos meses del a�o aproximadamente y el capital global acumulado (si se encontrasen compradores para �l) la sustentar�a sin trabajar durante tres a�os enteros. Al final de los cuales, encontr�ndose sin casas, sin vestido y sin alimento, los habitantes de estos pa�ses tendr�an que echarse a morir de hambre o convertirse en esclavos de quienes los estuvieran sustentando durante todo este tiempo. La proporci�n que existe entre tres a�os y el tiempo normal de la vida de una generaci�n sana, digamos 40 a�os, es la que guardan la magnitud y la importancia de la riqueza real, el capital acumulado aun del pa�s m�s rico, con su fuerza productiva, con las fuerzas productivas de una sola generaci�n de hombres; no con lo que podr�an producir bajo normas racionales de seguridad igual y sobre todo en un r�gimen de trabajo cooperativo, sino con lo que realmente y en t�rminos absolutos producen bajo las normas evasivas, defectuosas y decepcionantes, de la inseguridad ... Y para conservar y perpetuar en su estado actual esta masa aparentemente gigantesca del capital existente o mejor dicho, el mando y el monopolio que permite ejercer sobre los productos del trabajo anual, se pretende eternizar toda esa maquinaria espantosa, el vicio, el crimen y los sufrimientos de la inseguridad. Nada puede acumularse sin satisfacer ante todo las verdaderas necesidades y el gran torrente de las inclinaciones humanas fluye hacia el goce; de aqu� el volumen relativamente insignificante de la riqueza real de la sociedad en cada momento dado. Es un ciclo eterno de producci�n y consumo. En esta masa inmensa de producci�n y consumo anuales puede desaparecer, sin apenas notarse, la acumulaci�n real; y sin embargo, la atenci�n. recae, no sobre aquella masa de fuerza productiva, sino sobre esta m�nima acumulaci�n. Pero ella se halla acaparada por unos cuantos y se ha convertido en el instrumento de apropiaci�n de los productos anuales constantemente reiterados del trabajo de la gran masa. De aqu� la importancia decisiva que el tal instrumento tiene para estos pocos... Una tercera parte aproximadamente del producto anual de la naci�n te es arrebatada hoy a los productores, bajo el nombre de cargas p�blicas, para ser consumido improductivamente por quienes no entregan a cambio de ello equivalente alguno, es decir, ning�n equivalente que tenga car�cter de tal para los productores ... La vista de la multitud se fija, asombrada, en las masas acumuladas, sobre todo cuando aparecen concentradas en manos de unos cuantos. Pero las masas producidas anualmente ruedan y pasan como las olas eternas e innumerables de una corriente poderosa y se pierden en el oc�ano olvidado del consumo. Y. sin embargo, este consumo eterno condiciona, no s�lo todo los goces, sino la misma existencia de todo el g�nero humano. Sobre la cantidad y la distribuci�n de este producto anual debieran recaer sobre todo nuestras reflexiones. La verdadera acumulaci�n tiene una importancia absolutamente secundaria, que adem�s se debe casi exclusivamente a la influencia que ejerce en la distribuci�n del producto anual...Aqu� (en la obra de Thompson), "la verdadera acumulaci�n y distribuci�n se consideran siempre con referencia a la fuerza productiva y en funci�n de ella. Los dem�s sistemas proceden casi todos a la inversa: consideran la fuerza productiva con referencia a la acumulaci�n y en funci�n de ella y con vistas a la perpetuaci�n del sistema de distribuci�n existente. Comparados con la conservaci�n de este sistema de distribuci�n imperante, no se reputan dignos ni siquiera de una mirada la miseria o el bienestar continuamente reiterados de todo el g�nero humano. Se da el nombre de seguridad a la perpetuaci�n de lo que es obra de la violencia, del fraude y del azar, y para conservar esta mentida seguridad se sacrifican implacablemente todas las fuerzas productivas del g�nero humano" (obra cit., pp. 440-443). escort alto standing en Barcelona Ya hemos hablado de la degeneraci�n f�sica de los ni�os y j�venes, de las mujeres obreras a quienes la maquinaria somete a la explotaci�n del capital, directamente en las f�bricas que brotan sobre la base de las m�quinas, e indirectamente en todas las dem�s ramas industriales. Por tanto, aqu� solo nos detendremos en un punto: la enorme mortalidad de ni�os de obreros en edad temprana. En Inglaterra hay 16 distritos en los que, de cada 100,000 ni�os que nacen mueren al cabo del a�o, por t�rmino medio, 9,000 (en uno de estos distritos, la cifra media es de 7,047 solamente), 24 distritos en los que la cifra de mortalidad es superior a 10,000. pero inferior a 11,000; 39 distritos, en los que oscila entre 11,000 y 12,000; 48 distritos en los que excede de 12,000 sin llegar a 13,000; 22 distritos en los que excede de 20,000; 25 distritos en los que la mortalidad rebasa la cifra de 21,000; 17, en los que excede de 22,000; 11, en los que pasa de 23,000; en Hoo, Wolverhampton, Ashtonunder-Line y Preston, la mortalidad infantil pasa de 24,000; en Nottingham, Stockport y Bradford, rebasa la cifra de 25,000; en Wisbeach, la de 26,000 y en Manchester la de 26,125.42 Seg�n demostr� una investigaci�n m�dica oficial abierta en 1861, estas elevadas cifras de mortalidad se deben principalmente, si prescindimos de circunstancias de orden local, al trabajo de las madres fuera de casa, con el consiguiente abandono y descuido de los ni�os, alimentaci�n inadecuada e insuficiente de �stos, empleo de narc�ticos, etc., aborrecimiento de los ni�os por sus madres, seguido de abundantes casos de muerte provocada por hambre, envenenamiento, etc.43 En los distritos agr�colas, "donde el n�mero de mujeres que trabajan alcanza la cifra m�nima, la cifra de mortalidad es la m�s baja".44 Sin embargo, la comisi�n investigadora de 1861 lleg� a la conclusi�n inesperada de que en algunos distritos puramente agr�colas situados junto al mar del Norte el coeficiente de mortalidad de ni�os menores de un a�o, alcanz� casi la cifra de los distritos fabriles de peor fama. El Dr. Julian Hunter fue encargado de investigar sobre el terreno este fen�meno. Su informe figura anejo al VI Report on Public Health.45 Hasta entonces, se hab�a supuesto que el paludismo y otras enfermedades caracter�sticas de comarcas bajas y pantanosas diezmaban la poblaci�n infantil. Esta investigaci�n condujo precisamente al resultado contrario, a saber: "que la misma causa que eliminaba el paludismo, o sea, la transformaci�n de los suelos pantanosos en invierno y pastizales en verano en fecunda tierra triguera, era la que provocaba la extraordinaria mortalidad infantil".46 Los setenta m�dicos en ejercicio interrogados por el Dr. Hunter en aquellos distritos, se manifestaron con "maravillosa unanimidad" acerca de este punto. �Qu� ocurr�a? La revoluci�n operada en el cultivo de la tierra llevaba aparejado el sistema industrial. "Un individuo que recibe el nombre de gangmeister y que alquila las cuadrillas en bloque, pone a disposici�n del arrendatario de las tierras, por una determinada suma de dinero, un cierto n�mero de mujeres casadas, mezcladas en cuadrillas con muchachas y j�venes. No pocas veces, estas cuadrillas se trasladan a muchas millas de distancia de sus aldeas; de amanecida y al anochecer, se les suele encontrar por los caminos; las mujeres, vestidas con falda corta y blusas, con botas y a veces con pantalones, son muy fuertes y sanas de aspecto, pero est�n corrompidas por este desorden habitual de su vida y se muestran insensibles a las fatales consecuencias que su predilecci�n por este oficio activo e independiente acarrea para sus ni�os, abandonados en la casa".47 Todos los fen�menos caracter�sticos de los distritos se repiten aqu�, d�ndose en un grado todav�a mayor los infanticidios secretos y el empleo de narc�ticos para apaciguar a los ni�os.48 "M� experiencia de los males que causan -dice el Dr. Simon, funcionario m�dico del Privy-Council ingl�s y redactor en jefe de los 'Informes sobre Public Health'-, disculpa la profunda repugnancia con que contemplo todo lo que sea dar trabajo industrial en amplia escala a las mujeres adultas."49 "Realmente" -exclama en un informe oficial el inspector fabril R. Baker-, ser� una dicha para los distritos manufactureros de Inglaterra el d�a en que se prohiba a toda mujer casada y con hijos trabajar en alguna f�brica."50 compa�ia intima en madrid Seg�n esta teor�a, los medios de vida cifrados en el valor de 1,500 libras esterlinas eran un capital valorizado por el trabajo de los 50 obreros alfombreros despedidos. Por tanto, este capital, al mandar a su casa a los 50 obreros, pierde su empleo y no halla sosiego ni descanso hasta que encuentra una nueva "inversi�n", en la que esos 50 obreros puedan volver a consumirlo productivamente. Seg�n esto, el capital y los obreros tienen que volver a encontrarse necesariamente, m�s tarde o m�s temprano, y, al encontrarse, se opera la compensaci�n pronosticada. Como se ve, los sufrimientos de los obreros desplazados por la maquinaria son tan perecederos como las riquezas de este mundo. www.escortmadrid.com.es Muy otra cosa acontece con el capital adicional de 2,000 libras esterlinas. El proceso de formaci�n de este capital lo conocemos al dedillo. Este capital es plusval�a capitalizada. No encierra, desde su origen, ni un solo �tomo de valor que no provenga de trabajo ajeno no retribuido. Los medios de producci�n a los que se incorpora la fuerza de trabajo adicional, as� como los medios de vida con que �sta se mantiene, no son m�s que partes integrantes del producto excedente, del tributo arrancado anualmente a la clase obrera por la clase capitalista. Cuando �sta, con una parte del tributo, le compra a aqu�lla fuerza de trabajo adicional, aunque se la pague por todo lo que vale, cambi�ndose equivalente por equivalente, no hace m�s que acudir al viejo procedimiento del conquistador que compra mercanc�as al vencido y las paga con su propio dinero, con el dinero que antes le ha robado. www.girlsbcn.org Los contingentes expulsados de sus tierras al disolverse las huestes feudales y ser expropiados a empellones y por la fuerza de lo que pose�an, formaban un proletariado libre y privado de medios de existencia, que no pod�a ser absorbido por las manufacturas con la misma rapidez con que se le arrojaba al arroyo. Por otra parte, estos seres que de repente se ve�an lanzados fuera de su �rbita acos�tumbrada de vida, no pod�an adaptarse con la misma celeridad a la disciplina de su nuevo estado. Y as�, una masa de ellos fueron con�virti�ndose en mendigos, salteadores y vagabundos; algunos por inclinaci�n, pero los m�s, obligados por las circunstancias. De aqu� que, a fines del siglo XV y durante todo el XVI, se dictasen en toda Europa occidental una serie de leyes persiguiendo a sangre y fuego el vagabundaje. De este modo, los padres de la clase obrera moderna empezaron vi�ndose castigados por algo de que ellos mismos eran v�ctimas, por verse reducidos a vagabundos y mendigos. La legis�laci�n los trataba como a delincuentes "voluntarios" como si de�pendiese de su buena voluntad el continuar trabajando en las viejas condiciones, ya abolidas.


Ilustrar� por medio de algunos ejemplos las afirmaciones que acabo de hacer. En realidad, el lector conoce ya toda una serie de casos de �stos por la secci�n en que hemos tratado de la jornada de trabajo. Las manufacturas metal�rgicas de Birmingham y sus contornos emplean, para trabajos en gran parte pesados, 30,000, ni�os y obreros j�venes y 10,000 mujeres. Con estos obreros nos encontramos en las fundiciones de lat�n, f�bricas de botones, ba�os de esmalte, talleres de galvanizaci�n y de laqueado, trabajos todos ellos nocivos para la salud.165 Los abusos de que hacen v�ctimas en el trabajo a adultos y no adultos han valido a ciertas imprentas de peri�dicos y libros de Londres el nombre c�lebre de "mataderos".166 Los mismos abusos se dan en el ramo de encuadernaci�n, con la diferencia de que aqu� las v�ctimas son mujeres, muchachas y ni�os. Un trabajo duro para obreros no adultos es el de las cordeler�as, trabajo nocturno en las salinas, manufacturas de buj�as y otras manufacturas qu�micas; abuso criminal de los obreros no adultos en los talleres textiles de seda movidos a mano, para hacer andar los telares.167 Uno de los trabajos m�s infames, m�s sucios y peor pagados, para el que se emplean con preferencia muchachas j�venes y mujeres, es el de clasificar trapos. Es sabido que la Gran Breta�a, aparte de sus innumerables andrajos propios, es el emporio del comercio de trapos del mundo entero. A Inglaterra afluyen en torrentes los trapos del Jap�n, de los pa�ses m�s remotos del sur de Am�rica y de las Islas Canarias. Sin embargo, los pa�ses de origen m�s importante son Alemania, Francia, Rusia, Italia, Egipto, Turqu�a, B�lgica y Holanda. Los trapos se emplean para la fabricaci�n de abonos, de miraguano (para edredones), de sboddy (lana artificial) y como materia prima para la fabricaci�n de papel. Las mujeres que trabajan en la clasificaci�n de trapos sirven de veh�culos de infecci�n de la viruela y de otras epidemias infecciosas, de las que son ellas las primeras v�ctirnas.168 Un ejemplo cl�sico de tra�bajo agobiador, duro e inadecuado, y por tanto de brutalizaci�n de los obreros consumidos por esta rama desde la infancia es, adem�s de la producci�n minera y carbon�fera la fabricaci�n de tejas y ladrillos, en la que en Inglaterra s�lo se aplica en contados casos la m�quina recientemente inventada (1866). De mayo a septiembre, el trabajo en los tejares dura desde las 5 de la ma�ana hasta las 8 de la noche y, s� el secado se hace al aire libre, desde las 4 de la ma�ana hasta las 9 de la noche no pocas veces. Aqu� se considera como "corta", "moderada", una jornada de trabajo que dure desde las 5 de la ma�ana hasta las 7 de la noche. En estos trabajos nos encontramos con ni�os de ambos sexos desde 6 a�os y hasta desde 4. Estos ni�os trabajan el mismo n�mero de horas que los adultos, y a veces m�s. El trabajo es duro, y el calor del verano contribuye a aumentar el agotamiento. En un tejar de Mosley, por ejemplo, una muchacha de 24 a�os hac�a 2,000 tejas al d�a, ayudada por dos muchachas peque�as que le llevaban el barro y amontonaban las tejas. Estas muchachas trasladaban al cabo del d�a 10 toneladas, sacando el barro desde el fondo del pozo, a 31/2 pies bajo el suelo, por las paredes resbaladizas y recorriendo una distancia de 210 pies. "Es imposible para un ni�o pasar por el purgatorio de un tejar sin sufrir una gran degradaci�n moral... El lenguaje procaz que se les acostumbra a o�r desde su m�s tierna infancia, los h�bitos deshonestos, sucios y desvergonzados entre los que se cr�an, ignorantes y medio salvajes, hacen de ellos para el resto de sus d�as hombres sin freno, c�nicos y haraganes... Una fuente espantosa de desmoralizaci�n es su manera de vivir. Cada moulder (moldeador) (el obrero verdaderamente diestro y jefe de un grupo de tejeros) da a su cuadrilla de 7 personas albergue y comida en su choza o cottage. Pertenezcan o no a su familia, todos, hombres, muchachas y ni�os, duermen juntos en la choza. Estas chozas tienen generalmente dos habitaciones, rara vez tres, todas a ras de tierra y con poca ventilaci�n. Los cuerpos se hallan tan exhaustos por el exceso de trabajo durante el d�a, que es imposible observar all� ninguna regla de higiene, de limpieza ni de decoro. Muchas de estas chozas son verdaderos dechados de desorden, polvo y suciedad... El peor mal del sistema de emplear a muchachas j�venes para esta clase de trabajos consiste en que con ellos se las encadena generalmente desde su ni�ez y para toda la vida a la m�s vil canalla. Se convierten en marimachos rudos y blasfemos ("rough, foul-mouthed boys") antes de que la naturaleza les ense�e que son mujeres. Cubiertas con unos cuantos trapos sucios, con las piernas desnudas hasta el muslo, con el pelo y la cara manchados de barro, se acostumbran a tratar con desprecio todo lo que sean sentimientos de moral y de pudor. Durante la comida, se tumban en el campo o contemplan c�mo los muchachos se ba�an en un canal cercano. Y cuando por �ltimo terminan las duras faenas de la jornada, se ponen sus mejores vestidos y acompa�an a los hombres a la taberna. Nada tiene, pues, de extra�o que entre estos obreros sea usual la embriaguez desde la misma infancia, "Y lo peor de todo es que los tejeros desesperan hasta de si mismos. �Querer educar y convertir a un tejero es como querer educar y convertir al mismo demonio, se�or!, le dec�a al capell�n de Southallfield uno de los mejores." ("You might as urell try, to raise and improve the devil as a brickie, Sir!")169 raquelmimosa.com 106 En las f�bricas que llevan m�s tiempo sometidas a la ley fabril, con su limitaci�n coactiva de la jornada y sus diversas regulaciones, han ido desapareciendo algunos de los abusos anteriores. Adem�s, las mejoras que se van introduciendo en la maquinaria imponen hasta cierto punto una "mejor construcci�n de los edificios fabriles", que redunda indirectamente en beneficio de los obreros. (Cfr. Reports etc. for 31 st Oct., 1863, p. 109.) sofiabcn Es evidente que, al progresar la maquinaria, y con ella la experiencia de una clase especial de obreros mec�nicos, aumenta, por impulso natural, la velocidad y, por tanto, la intensidad del trabajo. En Inglaterra, la prolongaci�n de la jornada de trabajo avanza durante medio siglo paralela y conjuntamente con la intensidad del trabajo fabril. Sin embargo, pronto se comprende que, en un trabajo en que no se trata de paroxismos pasajeros, sino de una labor uniforme y r�tmica, repetida d�a tras d�a, tiene que sobrevenir necesariamente un punto, un nudo, en que la prolongaci�n de la jornada de trabajo y la intensidad de �ste se excluyan rec�procamente, de tal modo que la primera s�lo pueda conciliarse con un grado m�s d�bil de intensidad y la segunda s�lo sea variable acortando la jornada de trabajo. Tan pronto como el movimiento creciente de rebeld�a de la clase obrera oblig� al estado a acortar por la fuerza la jornada de trabajo, comenzando por dictar una jornada de trabajo normal para las f�bricas; a partir del momento en que se cerraba el paso para siempre a la producci�n intensiva de plusval�a mediante la prolongaci�n de la jornada de trabajo, el capital se lanz� con todos sus br�os y con plena conciencia de sus actos a producir plusval�a relativa, acelerando los progresos del sistema maquinista. Al mismo tiempo, se produce un cambio en cuanto al car�cter de la plusval�a relativa. En general, el m�todo de producci�n de la plusval�a relativa consiste en hacer que el obrero, intensificando la fuerza productiva del trabajo, pueda producir m�s con el mismo desgaste de trabajo y en el mismo tiempo. El mismo tiempo de trabajo a�ade al producto global, antes y despu�s, el mismo valor, aunque este valor de cambio invariable se traduzca ahora en una cantidad mayor de valores de uso, disminuyendo con ello el valor de cada mercanc�a. Mas la cosa cambia tan pronto como la reducci�n de la jornada de trabajo impuesta por la ley, con el impulso gigantesco que imprime al desarrollo de la fuerza productiva y a la econom�a de las condiciones de producci�n, impone a la par un desgaste mayor de trabajo durante el mismo tiempo, una tensi�n redoblada de la fuerza de trabajo tupiendo m�s densamente los poros del tiempo de trabajo, es decir, obligando al obrero a condensar el trabajo hasta un grado que s�lo es posible sostener durante una jornada de trabajo corta. Esta condensaci�n de una masa mayor de trabajo en un per�odo de tiempo dado, es considerada ahora como lo que en realidad es, como una cantidad mayor de trabajo. Por tanto, ahora hay que tener en cuenta, adem�s de la medida del tiempo de trabajo como "magnitud extensa", la medida de su grado de condensaci�n.71bis 10 La hora intensiva de una jornada de trabajo de diez horas encierra tanto o m�s trabajo, es decir, fuerza de trabajo desgastada, que la hora m�s porosa de una jornada de doce horas de trabajo. Por tanto, el producto de la primera tiene tanto o m�s valor que el producto de la hora y 1/5 de hora de la segunda jornada. Prescindiendo del aumento de plusval�a relativa al intensificarse la fuerza productiva del trabajo, tenemos que ahora 3 y 1/3 horas de trabajo excedente, por ejemplo, contra 6 2/3 horas de trabajo necesario, suministran al capitalista la misma masa de valor que antes 4 horas de trabajo contra 8 horas de trabajo necesario. antiguos alumnos academia lloret En Inglaterra, la primera forma bajo la que se presenta el arrendatario es la del bailiff tambi�n siervo. Su posici�n se parece mucho a la del villicus de la antigua Roma, aunque con un radio de acci�n m�s reducido. Durante la segunda mitad del siglo XVI es sustituido por un colono, al que el se�or de la tierra provee de simiente, ganado y aperos de labranza. Su situaci�n no difiere gran cosa de la del simple campesino. La �nica diferencia es que explota m�s trabajo asalariado. Pronto se convierte en aparcero, en semiarrendatario. El pone una parte del capital agr�cola y el propietario la otra. Los frutos se reparten seg�n la proporci�n fijada en el contrato. En Inglaterra, esta forma no tarda en desaparecer, para ceder el puesto a la del verdadero arrendatario, que explota su propio capital empleando obreros asalariados y abonando al propietario como renta, en dinero o en especie, una parte del producto excedente. imprenta El ciclo M - D - M se recorre en su totalidad tan pronto como la venta de una mercanc�a arroja dinero y �ste es absorbido por la compra de otra mercanc�a. Si, a pesar de ello, el dinero afluye a su punto de partida, es porque todo ese proceso se renueva o repite. Si vendo un quarter de trigo por 3 libras esterlinas y con estas 3 libras esterlinas compro un traje, habr� invertido definitivamente, en lo que a m� toca, esta cantidad. Esas 3 libras esterlinas ya no tienen nada que ver conmigo. Han pasado a manos del sastre. Si vendo un segundo quarter de trigo, volver� a refluir a mis manos dinero, pero no ya en virtud de la primera transacci�n, sino por obra de otra distinta. Y este dinero se alejar� nuevamente de mi tan pronto como cierre la segunda transacci�n y vuelva a comprar. Por tanto, en la circulaci�n M - D - M, la inversi�n del dinero no tiene absolutamente nada que ver con su reflujo. En cambio, en el ciclo D - M - D el reflujo del dinero est� directamente condicionado por el car�cter de su inversi�n. De no producirse este reflujo, la operaci�n, fracasa o el proceso se interrumpe y queda truncado, por falta de su segunda fase, o sea de la venta que completa y corona la compra. guia ocio barcelona Bajo la restauraci�n de los Estuardos, los terratenientes impusieron legalmente una usurpaci�n que en todo el continente se hab�a llevado tambi�n a cabo sin necesidad de los tr�mites de la ley. Esta usur�paci�n consisti� en abolir el r�gimen feudal del suelo, es decir, en transferir sus deberes tributarios al Estado, "indemnizando" a �ste por medio de impuestos sobre los campesinos y el resto de las masas del pueblo, reivindicando la moderna propiedad privada sobre fincas en las que s�lo asist�an a los terratenientes t�tulos feudales y, finalmente, dictando aquellas leyes de residencia (laws of settlement) que, mutatis mutandis, ejercieron sobre los labradores ingleses la misma in�fluencia que el edicto del t�rtaro Boris Godunof sobre los campesinos rusos. restaurantes en valencia 78 L. cit. Pese a su buena voluntad, Villiers se vio "legalmente" en el trance de tener que denegar la pretensi�n de los fabricantes. Sin embargo, estos caballeros alcanzaron sus objetivos gracias a la buena disposici�n de la administraci�n local de beneficencia. A. Redgrave, inspector de f�bricas, asegura que, esta vez, el sistema seg�n el cual los hu�rfanos e hijos de pobres eran considerados '"legalmente" como aprendices, "no llevaba aparejados los viejos abusos" (acerca de estos "abusos" v�ase la obra de Engels, Die Lage der arbeitenden Klasse, etc.). "si bien es cierto que en un caso -respecto a las mujeres j�venes que hab�an sido tra�das a Lancashire y Cheshire desde los distritos agr�colas de Escocia - se abus� del sistema". Este "sistema" consiste en que el fabricante contrate para un determinado per�odo con las autoridades de las casas de beneficencia, comprometi�ndose a alimentar, vestir y alojar a los ni�os y a darles una determinada cantidad de dinero. La siguiente observaci�n de Mr. Redgrave suena un tanto extra�a, sobre todo si se tiene en cuenta que el a�o 1860 fue algo �nico aun en la era de prosperidad de la industria algodonera inglesa y que, adem�s, los salarios estaban por aquel entonces extraordinariamente altos, ya que la enorme demanda de trabajo tropezaba en Irlanda con un movimiento de despoblaci�n y en los distritos agr�colas de Inglaterra y Escocia con una corriente de emigraci�n sin precedente hacia Australia y Am�rica, y adem�s con el descenso positivo de la poblaci�n en algunos distritos agr�colas ingleses, descenso originado, en parte, por quienes hab�an conseguido destrozar las energ�as vitales del pueblo, y en parte por el agotamiento anterior de la poblaci�n disponible gracias a los traficantes en carne humana. Pues bien, a pesar de todo esto, dice Mister Redgrave: "Este g�nero de trabajo [el de los orfelinatos y casas de beneficencia] s�lo se busca, sin embargo, cuando no te consigue. encontrar otro, pues se trata de trabajo caro (high - priced labour). El salario corriente de un muchacho de 13 a�os vienen a ser 4 chelines semanales: pero el alojar, vestir, dar de comer, asistir m�dicamente y vigilar a 50 o 100 muchachos de �stos, d�ndoles adem�s una peque�a cantidad en dinero, no se hace con otros 4 chelines por cabeza a la semana" (Rep. of the Insp. of Factories for 30 th April 1860, p. 27). Mister Redgrave se olvida de decirnos c�mo se las arreglan los propios obreros para dar todo eso a sus chicos con los 4 chelines de su jornal, si los fabricantes no pueden conseguirlo trat�ndose de alojar, dar de comer y vigilar a 50 o 100 chicos juntos. Para prevenir las falsas conclusiones que pudieran deducirse de lo dicho en el texto, advertir� aqu� que la industria algodonera inglesa, despu�s de sometida a la ley fabril de 1850, con su reglamentaci�n de las horas de trabajo, etc., puede ser considerada como la industria modelo de Inglaterra. El obrero ingl�s de esta rama industrial est� en todos los respectos muy por encima de su hermano continental. "El obrero fabril prusiano trabaja, por lo menos, 10 horas m�s a la semana que su rival ingl�s, y si, al volver a casa, se sienta a trabajar en su propio telar, desaparece hasta este l�mite puesto a sus horas de trabajo adicionales" (Rep. of the Insp. of Fact. 31 st Oct. 1855, p. 103). Redgrave, el inspector fabril que cit�bamos m�s arriba, viaj� por el continente, despu�s de la exposici�n industrial de 1851, especialmente por Francia y, Prusia, para investigar el estado de las f�bricas de estos pa�ses. He aqu� lo que dice del obrero fabril prusiano: "Percibe el salario estrictamente indispensable para comer y para procurarse las pocas comodidades a que est� acostumbrado y con las que est� contento... Vive peor y trabaja m�s que su rival ingl�s." (Rep. of the Insp. of Fact. 31 st Oct. 1853, p. 85.) http://www.pisobcn.com 4. Jurados para inspecci�n de cad�veres (n�m. 360). "Por lo que se refiere a las coroner's inquests (106) en sus distritos, �est�n contentos los obreros con el procedimiento judicial seguido en los casos de accidente? -No, no lo est�n" (n�m. 861). "�Por qu�? -Porque se nombra para ocupar el cargo de jurado a gentes que no saben absolutamente nada de lo que es una mina. Con los obreros no se cuenta nunca m�s que como testigos. Generalmente, se nombra a los tenderos de la vecindad, que obran bajo el influjo de los patronos de las minas, clientes suyos, y que ni siquiera entienden las expresiones t�cnicas empleadas por los testigos. Exigimos que los obreros de las minas formen parte del jurado. Por t�rmino medio, los fallos se contradicen con las declaraciones de los testigos" (n�m. 378). "�No deben ser imparciales los jurados? -S�" (n�mero 379). "�Lo ser�an los obreros? -No veo ninguna raz�n para que no lo fuesen puesto que tienen un conocimiento de la situaci�n" (n�mero 380). "Pero, no tender�an a emitir fallos injustos y severos en inter�s de los trabajadores? -No, no lo creo."

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